and I say

wake up and be ~

domingo, 25 de noviembre de 2007

Culpa

Su mirada fue como flechas enardecidas, penetrando en la jugosa carne de su cuerpo. El odio tomaba todo su ser y mente, más no pudo nada decir. Un grito agudo corrompió el silencio que hasta entonces había habitado la noche. No entendía nada al respecto, sólo podía observar el hecho pero no profundizaba en este, quizás por miedo a las respuestas que podría llegar a darse.

Él estaba anonadado, paralizado y aunque tenía la voluntad no era capaz de dar las explicaciones que suponía que ella querría. Reaccionó, la abrazo con fuerza y pidió perdón, pero bien sabía que no sería suficiente para olvidar tal episodio.

Ella quería simplemente pasar por alto lo sucedido, pero era imposible. Inevitable fue entonces que rompiera en llanto, convirtiendo en cenizas su ira. Entre su sollozo alcanzó a pronunciar sólo una pregunta: “¿Cómo pudiste?”. No lo sabía y creía no querer saberlo pero no encontraba en su retorcida mente una resolución para dicho enigma. Lo cierto es que él tampoco tenía una respuesta, fue un simple impulso que amenazaba con derrumbar todo lo construido hasta el momento.

¿Qué hacemos ahora? - dijo él con la voz temblorosa. Nada, nada, acá no paso nada – respondió ella entre lágrimas.

El cielo estaba pálido y repleto de nubes grisáceas, como sí Dios sospechase del acto que había sido cometido. El día escoltaba a la tristeza alojada en sus corazones. En vano fue pretender ignorarlo, pero con el suficiente disimulo pudieron ocultar ese sentimiento que oprimía sus pechos en un intento desesperado de emerger de sus entrañas. Pronto arribaron de nuevo a su práctica y monótona rutina. Cada cual a su trabajo, subsistiendo por separado hasta el anochecer donde se cruzaban sus caminos en la entrada de esa llamativa morada a la que llamaban hogar.

Cuando se reunieron allí trataron de prescindir el acto cruel, pero difícil se veía llevar a cabo tal idea. Fue necesario enfrentarse en una mirada fulminante que dio todo por entendido. Sabían que no podrían seguir viviendo con esa culpa a cuestas, llevando ese error en sus espaldas. Tan pesado era que su carne se despedazaba y sus huesos comenzaban a quebrarse. Su alma se sentía deteriorada y densa, como el aire en una húmeda tarde de verano.

Durante la cena no se emitió palabra alguna, sus bocas permanecían mudas a pesar de la cantidad de pensamientos que abrumaban sus mentes. Él no probó bocado del festín que ella había preparado y sin aviso previo se retiro a dormir, para tratar de eludir la realidad a través de los sueños, un mundo donde sus deseos se cumplían sin objeción a su condenado amo.

Se sentó en el enorme sillón de terciopelo púrpura. Se estiro y de recostó en él, consiguiendo una comodidad tal, capaz de borrar por breves momentos el historial de los últimos días, que eran para ella un martirio. Una puntada en su pecho, como una aguja atravesándola de lado a lado la despertó. Su piel transpirada y sus ropas mojadas. Pasaron tres largas horas, aunque para ella no fue más que un parpadeo. Los grillos desataron una sinfonía que arrasaba con el sigilo del crepúsculo y era tan vasta que podía acallar las voces de su conciencia.

Fue a la habitación que lúgubre se encontraba gracias a los rayos de la luna que ingresaban por las albinas cortinas. Se acostó en su lecho, frío y hostil. A su lado, y sin embargo distante, se hallaba su lánguido amado. Con sus secos labios besó con ternura su frente, creyendo que así podría resguardarlo de las posibles tinieblas que lo absorbían durante el descanso de su espíritu agobiado. Después de todo, no importaban las circunstancias, su amor por él era tan inmenso como el mismísimo mar, difícil de secar, ignorar y fuerte como sus olas. Una vez que aseguro su reposo tras la tregua de las sombras, se enfocó en su ingreso a la tierra de Morfeo. Cerró sus ojos, prácticamente obligándose a hacerlo, pero no alcanzaba la tranquilidad necesaria para abordar la barca que la llevaría a través de ese pacífico río a su palacio de ensueños. Luego de agotadores intentos logró su objetivo y se quedó plácidamente dormida.

Su propósito de conseguir armonía en este estadio se vio interrumpido por una pesadilla. En un jardín de rudos pastos y fúnebres árboles se encontraba de rodillas. La árida tierra estaba quebrada y de sus grietas emergía un cálido olor a azufre. La brisa traía con ella murmullos de voces perdidas. Su mirada, que hasta entonces estaba fija en sus sangrientas extremidades inferiores, se alzó y pudo observar la gran cruz que se hallaba frente a ella. Ahí estaba, ese nombre grabado. Todos sabían lo que había pasado, no existía secreto alguno para el destino. Su garganta se cerró, como sí invisibles e inverosímiles manos la estrangularan. Sus ojos se tornaron rojos y sangre caía por ellos recorriendo sus suaves mejillas. Un grito mudo que no podía ser exhalado. Lo aceptaba sin réplica, ya que sabía que lo merecía, que se había ganado esa tortura. El dolor era tan inmenso que su cuerpo se estaba estremeciendo y fuertes escalofríos le recorrían la espina dorsal.

Abrió sus ojos color cielo, repentinamente. Palpo con su mano derecha la cama y estaba tibia. Se había ido, ya era tarde. Ese día no fue a trabajar, y se paso toda la mañana limpiando la casa, para liberarla de las malas energías. Cuando cayó el Sol en el horizonte, salió a dar un paseo.

Las calles parecían infinitas y estaban algo vacías, como ella. Las pocas personas que transitaban su mismo trayecto, parecían títeres carentes de esencia. Sus cabezas cabizbajas, mirando las baldosas de la vereda. Pasos por inercia, cada cual en su pequeño mundo. Nadie era capaz de ver a sus acompañantes a los ojos, no les importaba el resto. Ahogándose en sus deberes y en ecuaciones de felicidad frustrada, esperando un milagro que pueda salvarlos de su fracaso.

Regresó y su amado estaba acurrucado sobre el brillante piso de mármol. Sus culpas lo agobiaban y no sabía ya como expresar el intenso martirio que sucumbía su ser. Su rostro mojado, indicio de que las lágrimas brotaron de sus castaños ojos. Su pálido cuerpo tembloroso, como sí tuviera miedo, como sí supiera el plan que ella venía trabajando durante días.

Se acerco, y lo abrazo en sus cálidos brazos. Hacelo – dijo con su voz quebrada – no puedo seguir viviendo así. Sus frágiles extremidades tomaron su cuello. Suspiros secos, llenos de alivio y perdón. Al fin alcanzaría ese hermoso paraíso que sólo era suyo en sus breves sueños. El rito de amor y muerte casi había finalizado cuando de sus labios se pronunciaron dos palabras, fue un instante, un susurro, pero basto para expresar todos sus sentimientos. Te amo - dijo él mientras admiraba sus dulces rasgos colmados de arrepentimiento. La sangre fluyó por su boca, derramándose sobre su semblante y las delgadas manos de su prometida.

No podía creerlo, lo había hecho. Un agujero negro en su ánima se formo, causa de su desconsuelo. En la desesperación oculto su cara tras sus manos llenas de sangre. Mientras todos sus alegres recuerdos pasaban como una película en su cabeza, entendiendo todo lo que había perdido, todo lo que había asesinado. Incontrolable fue el impulso de acariciar de manera enérgica el cadáver de su adorado entretanto su llanto purificaba sus cuerpos.

La policía tardó seis días en encontrar el cuerpo del difunto y cuando le preguntaron a ella porque lo hizo, respondió: lo hice porque lo amo, porque no merecía cargar con la culpa que desde un principio fue siempre mía.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Un intento de eternidad

Mis letras, cada palabra e incluso pensamiento es un intento de permanecer viva y sentirme como tal. Pero es más que eso, es tratar de marcar sus almas para ser eterna en sus sentimientos...