and I say

wake up and be ~

domingo, 23 de enero de 2011

y vivir no es más que contruir recuerdos.
recuerdos que justifiquen
el recuerdo que estamos construyendo.

Diario de una mente nº19

Falta mucho y queda bastante por recorrer. El camino se ve sinuoso e interminable. Ha de ser la infinita incertidumbre o la desolación que nos atraviesa.

Muchos ya han dicho que se desista, que no vale la pena. Es difícil explicarle a alguien fuera de uno mismo la feroz voluntad que arraiga una motivación que quizás es sólo importante para uno mismo, o sólo uno mismo puede comprender o entender.

Uno mismo, uno. Como si uno fuese igual a uno; como si uno representase sólo uno.

Uno, sólo uno, puede ser el universo entero o una sociedad. Uno, con o sin tiempo, puede doblegar el mundo.

Difícil, complicado, complejo, algunos dirán imposible. La mirada ajena, juzgadora, se siente la voz de uno, unilateral e inequívoca. El juez ha de tomar siempre un veredicto, pero no sin antes conocer la situación o contexto, conocer a quién está aplicando la condena, el castigo o la inocencia.

Un juez no siempre aplicará justicia. La justicia es tan abstracta. No puede albergar en su concepción algo tan amplio como la vida misma, o como uno. La justicia es tan ajena al juez, como el juez a uno. Pero es aquella costumbre, de tener siempre que encontrar un culpable, alguien a quién condenar al castigo perpetuo de acarrear la mochila de no sólo la culpa, sino de uno.

Cómo si fuese posible determinar tal cosa, como si la causalidad que nos rige fuese tangible y clara ante los ojos. Y uno, debe de pagar, por ser eslabón de una cadena que no puede controlar. Pero ese eslabón no es ni será el último, y de él continuarán otros, que seguramente habrán de pagar por lo que hubo de pagar uno.

Tampoco es como si esto sirviese de excusa, y uno simplemente pudiese hacerse el desentendido de la cadena de la cuál es parte. Ha de conocer el resto de la cadena, para poder saber cómo continuarla. Pero el difícil recordar lo que no se vivió, o tomar consciencia de lo vivido. Ser uno y ser el eslabón, es una responsabilidad. Responsabilidad que entre más eslabones no hayan asumido, más se acrecenta para uno.

Crece y crece la cadena, sin que uno pueda evitarlo. Y aunque uno pudiese decidir, dónde ha de terminar, cómo podría determinar que ha de parar ahí. ¿Con qué motivo u objetivo puede uno, un eslabón, decidir por todo aquello que lo antecede y todo aquello que podría proceder de su inexorable decisión?

Se vuelve paradójico y cíclico. Entonces aquél camino interminable cobra sentido, y nos damos cuenta que tiene una razón de ser y que es imposible darle un fin. Hemos de asumir y aceptar el compromiso y el destino, que nos ha tocado, sin siquiera haberlo elegido. O seguir aumentando la cadena sin sentido ni razón, condenando a los futuros eslabones.

martes, 18 de enero de 2011

All you need is love?


All you need is love. Nadie se cansa de repetir esa frase, ya tantas veces cantada, citada. Pero me pregunto cuántas personas se preguntan el por qué y para qué necesitan amor. ¿Necesitan amor porque no lo tienen o por qué el que tienen no les alcanza? Y una vez que tengan amor ¿qué harán con él? Son pocas las personas que realmente reflexionan o piensan en esto, y son muchas las que repiten una frase porque es linda.

miércoles, 12 de enero de 2011

Cuenta cuentos nº7: El sueño de José Arcadio Buendía

“Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez


A mi hermoso Gabrielito, muchas gracias por tu magia ~

José Arcadio Buendía es un hombre difícil de definir, pero lo más acertado sería decir que es un apasionado inconstante por todo aquello que llame su atención. Vive con su familia en una humilde pero amplia morada en el pueblo que él mismo fundo: Macondo. 

Desde pequeño, José Arcadio Buendía, era uno de esos niños que aspiran con grandeza a cambiar el mundo, sintiéndose especiales, únicos y revolucionarios. Su imaginación sin límite alguno, siempre fue el motor de sus más descabelladas aventuras. Se destacó en su pueblo natal, por grandes sus experimentos. Entre ellos, el más nombrado, fue cuando a la edad de ocho años logró clonarse por el tiempo de una semana, utilizando a su clon para que hiciera los quehaceres de la casa, tareas y aceptara las demandas de su madre, mientras él jugaba todo el día y dormía en su casa del árbol, dónde coleccionaba todo tipo de insectos. Pero no todo era gloria en la infancia de José Arcadio, ya que una vez tratando de modificar la receta de la panadería del pueblo para obtener un pan que fuese sólo miga, creo una catastrófica explosión en plena noche de un Lunes y como castigo tuvo que trabajar tres meses allí y no le permitían leer antes de dormir. Esto era una tortura para José Arcadio, ya que él disfrutaba desde los cuatro años de leer novelas y libros de ciencia, de dónde salían la mayoría de sus ideas.

A los quince años en plena etapa hormonal desaforada, José Arcadio, se resistía a utilizar su energía en el cortejo de jovencitas y la dedicaba a la investigación geográfica, estando casi seguro de que faltaban tierras por descubrir y civilizar. De todos modos, esa no era la única razón de su auto-control carnal, sino también que él creía que estar con una mujer era algo serio y no lo haría hasta estar seguro de que se tratase de la persona que criaría a sus futuros hijos y lo acompañaría en todas sus locuras. 

      A los dieciocho años vio a Úrsula sentada en un banco de la plaza leyendo un libro y se enamoró perdidamente de ella. Como era una persona desmedida y atolondrada salteo todos los pasos de una conquista habitual, preguntándole si deseaba ser su compañera en busca de un desierto donde construir pirámides como en el antiguo Egipto, encontrar la fórmula de la vida eterna y tener dos hijos varones. A Úrsula le pareció tierna y conmovedora la mente soñadora de José Arcadio Buendía y acepto el reto, pero ella no sabía lo en serio que iba con sus proyectos en ese entonces.

Luego de dos años de investigación de mapas y ahorrar dinero, José Arcadio y Úrsula salieron en una expedición con varios acompañantes en busca de una tierra prometida donde fundar un espacio cultural e intelectual donde se formarían científicos para llegar al centro de Tierra, conquistar Marte, entre otras cosas.

A los veintidós años, José Arcadio Buendía fundó Macondo, construyo su casa y trabajaba en los planos de una pirámide que concentrara la energía del cosmos para poder hacer levitar sus futuros colchones voladores en los cuales podrían viajar mientras dormían cómodamente sus conductores. Úrsula estaba embaraza de su primer hijo. 

De todos los incalculables proyectos que tenía José Arcadio podemos decir que el único que pudo cumplir fue en la creación de un pueblo cultural e intelectual. El resto fueron suplantados por otros proyectos, que a su vez fueron suplantados por otros proyectos y así sucesivamente en una inmensa lista de investigaciones e inventos dejados en mitad de proceso. La inconstancia de José Arcadio o mejor dicho, su facilidad para fascinarse con una idea, era el principal motivo de su desidia.

A los treinta y dos años, ya con dos hijos crecidos y una familia conformada, parecía que el historial de fracasos de José Arcadio Buendía no habría de terminar jamás. Más él nunca se sintió frustrado por esto, y tampoco Úrsula ya que creía que era mejor así a que realmente llevase a cabo todas sus irreales ideas. Sus hijos no tenían intereses afines al suyo y eran más bien lo que podría llamar, niños normales. Pero todo eso cambiaría un Martes al mediodía en que un grupo de europeos viajeros se hospedaría en Macondo. Estos individuos estaban infectados por la gripe del insomnio, una gripe que parecía convencional pero que al cabo de unos días daba origen a un insomnio atroz que no terminaba nunca.

José Arcadio Buendía impulsado por los rumores, fue a entrevistar a los europeos. No encontraba nada anormal en ellos y creyó que se trataba de una de esas tantas historias de pueblo, porque bien se sabe que un pueblo chico tiene un infierno grande y no faltaban las viejas chismosas que sin nada mejor que hacer que cocinar, tejer y dormir la siesta, se entretenían fomentando historias injustificadas cuando hacían las compras comenzando una epidemia de fábulas.

     Los europeos quisieron establecerse en Macondo, pero las mismas viejas que supuestamente estaban contentas con tanto de que hablar de ellos, fueron las primeras en poner el grito en el cielo, movilizándose en contra en la plaza con cucharas y un canto simpático – No a la gripe, no al insomnio, queremos a los europeos fuera de Macondo. Fue un espectáculo extravagante en el pueblo, atrayendo a tantos curiosos que terminaron uniéndose a la lucha, que fue imposible para José Arcadio poder ir en contra de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. 

José Arcadio Buendía fue personalmente a echar a estos forajidos, con gran pesar y declarando lo mucho que extrañaría jugar al ajedrez y hablar de las constelaciones con ellos. Estos le ofrecieron que fuera de viaje con ellos, pero José Arcadio no pudo decir que sí, aunque era lo que más deseaba, ya que tenía un compromiso con su familia y Macondo. Pero aceptó de buen gusto quedarse a beber un té de eucalipto, miel y raíces de papa y tener una última agradable reunión con ellos. Esa noche, José Arcadio no durmió y se quedó jugando ajedrez, a las damas chinas y a formar palíndromos de hasta diez sílabas. Esto no alarmó a José Arcadio, ya que no tiene nada de extraño desvelarse en una noche divertida. Despidió a los viajeros y fue rápidamente a su casa para trabajar en la escritura de haikus con palíndromos.

Después de escribir tres días seguidos sin dormir terminó su obra. Hasta ese momento nada parecía fuera de lo cotidiano, ya que era habitual que José Arcadio se pusiera necio y pasara días y días trabajando. Estaba tan concentrado que no notaba como su nariz se había puesto roja, su garganta estaba llena de placas y sus ojos se habían hinchado hasta el tamaño de un huevo. Tenía fiebre pero como era verano, pensó que era la típica ola de calor que solía acechar a Macondo antes de la semana de lluvias intensas. 

Era de noche y después de forrar su libro, comer las sobras de la cena que le había calentado Úrsula, José Arcadio se recostó en su cama e intento dormir en vano. Úrsula estaba aún más alarmada por su tos de chancho, y su respiración de elefante. Estos eran los clásicos síntomas de una grave gripe del insomnio. 

Úrsula salió de la habitación y desde la puerta le explicó a José Arcadio que estaría en cuarentena hasta que pudiese encontrarse una cura para la enfermedad. José Arcadio aceptó y se quedó leyendo cinco días seguidos, hasta que su aburrimiento era tal que se puso a contar la cantidad de pelos que tenía en cada uno de sus brazos y piernas. Un millón quinientos cuarenta y dos. Pero como no tenía espejo para contar los pelos de su trasero o los de su cuero cabelludo y las manchas de humedad ya se las conocía de memoria de tanto mirar el techo, le pidió a Úrsula que mandase construir una habitación en el patio, equipada con un laboratorio porque él mismo se encargaría de darle a la humanidad una sustancia que pudiese combatir la gripe, el insomnio y la gripe del insomnio, un tres por uno.

     Diez días después, la habitación estaba lista y luego de despejar la casa y todo a cien metros a la redonda, José Arcadio salió de su aislamiento y vio la luz del Sol la cual había olvidado que existía. El sucucho de cuatro paredes de cuatro por seis metros cuadrados contaba con una ventanilla especial en la cual podían hacerse transacciones con el infectado. Así fue como pasaron los meses, tres meses y una semana para ser exactos, desde que José Arcadio Buendía frente a su laboratorio de alquimia se había puesto a crear la tan ansiada fórmula que salvaría a la humanidad. Ese día el sol del atardecer daba de lleno a los frascos y recipientes llenos de químicos de colores inventados por José Arcadio, como el verde musgo mucoso de cían, el violetriana tercero cuarta y el carnaval carioca centelleante; ese día habría de dar por terminado su experimento y esa misma noche lo probaría.

Después de comer su guisado especial de lengua de cabra con pezuñas de vaca, José Arcadio Buendía se estiro y relajo sus músculos sobre la inmaculada cama en la que hacía mucho tiempo no se posaba. Bebió medio frasco de su invento y cayó en un letargo, del que no habría de despertar en unos cincuenta años. Desde luego que en esos cincuenta años, hubieron de llevarse a cabo varios intentos de despertar a José Arcadio Buendía, incluso se había formado una especie de altar en su espacio de ciencia, siendo una de las atracciones turísticas más remuneradas de Macondo. Científicos del mundo entero lo visitaban para corroborar la tan insólita situación e investigaban la sustancia de José Arcadio, como un modo de despertarlo. Úrsula con el dinero que sacaba del espectáculo al que había convertido a su esposo, mantenía la casa sin siquiera trabajar, pagaba a dos criadas para que limpiaran y pudo criar sin problemas a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Luego de cincuenta años, José Arcadio Buendía despertó con un feroz bostezo a las tres de la madrugada. Salió de su cuchitril y se fue a lavar la cara a la cocina. Las criadas que escucharon ruido lo descubrieron y creyeron que se trataba de un ladrón. Úrsula, apareció inmediatamente, después del alboroto. Al ver a José Arcadio Buendía, despierto y con una sonrisa en su, ahora, arrugado rostro, se desmayó. Él no comprendía en absoluto la situación y echó a patadas a las criadas de su casa. Cuando sus nietos corrieron a la cocina, José Arcadio los abrazo pensando que eran sus hijos, y vaya sorpresa que se llevó cuando sus verdaderos hijos lo contemplaban siendo unos hombres incluso más ancianos que él cuando se había ido a dormir.

Cuenta cuentos nº6: Amores Kafkianos

Estimada Frau Milena:
El día es tan corto. Transcurre y termina con usted y fuera de usted
sólo hay unas pocas nimiedades. Apenas me queda un rato para escribirle
a la verdadera Milena, porque la Milena más verdadera aún
ha estado aquí todo el día, en la habitación, en el balcón, en las nubes.
Franz Kafka

Estimado mío:

El amor que tengo hacia usted es inconmensurable, tan inmenso que siento que mi cuerpo no resistirá mucho más en contenerlo. Hace cincuenta días y diez horas que mis ojos no contemplan los suyos, en que no me hundo en el manantial de sus tristes miradas al infinito, o beso sus tiernos labios sabor a frambuesas. ¿Cuánto más habrá de torturarme su presente ausencia? Si en cada suspiro un susurro de amor escapa de mí y siento como algo dentro mío ha empezado a morir. ¿Seré yo o el amor que bajo la luna le he jurado eterno?

Aunque el motivo inicial de esta carta era hacerle llegar mis más profundos y fieles sentimientos, debo de confesarle una intimidad; es lo mínimo que puedo ofrecerle mi honestidad. Creo que he estado alucinando, no me he atrevido a decírselo a nadie, es usted el primero en saberlo. Me avergüenza confesar que lo he estado viendo a mi lado cada día desde que nos separamos. Los primeros días pensé que era una ofensa tratar con el amor y devoción que lo trato a usted a mi ilusión, lo sentía como serle infiel a nuestro compromiso. Y me gustaría decirle con orgullo que he podido evitarlo y serle fiel, pero con una honda pena debo decirle que he pecado rindiéndome a mis instintos. Pero en plena noche de soledad y frío, explíqueme cómo podría negarme a su más perfecta imagen que me abraza y acaricia con dulzura. Tendría que haberme negado, haberlo rechazado y echado, pero un beso suyo fue suficiente para entregarme a él como lo hago con usted.

Desde entonces que hemos vivido juntos todo aquello que con usted no he podido por esta cruel y tirana distancia que nos separa. Entiendo sus compromisos y responsabilidades, y que yo tengo los míos, que es complicado con tantos kilómetros que nos alejan; pero todo este amor que me nace, si no puede ser expresado ha de pudrirse dentro mío hasta morir. De este modo se mantiene vivo, con su imagen. Una imagen que se siente tan real como usted, como su calor, su cuerpo, sus palabras, el timbre de su voz, y cada pequeño detalle que lo compone. Y es incluso todo aquello que deseo de usted y no puede darme, porque obedece cada capricho que tengo.

Entre más escribo, y su imagen detrás de mí acaricia mis cabellos, me doy cuenta de que me he enamorado de él. Ya no comprendo cuál es la diferencia entre usted y él ¿Qué usted es real? Esta ilusión es tan real que hasta pienso que he enloquecido. Y si no hay diferencia, y él puede darme todo aquello que usted no, cumplir cada deseo que poseo, y puede estar a mi lado cada segundo, avivando más y más mi amor, evitando que se pudra en mis entrañas; entonces, estimado mío, no hay mucho que pensar al respecto. Lo elijo a él, incluso si eso ha de volverme loca; porque no hay locura más hermosa que la del amor.

Espero comprenda mi elección.

Con amor,
María

martes, 11 de enero de 2011

Cuenta cuentos nº5: María

Todos los siete de cada mes, sueño con ella. Según mi psicólogo es un sueño recurrente porque tengo algo pendiente, un capítulo sin cerrar. Hace tantos años que me sucede, que siento que la sueño desde siempre y hasta deje de recordar otros sueños. Todas las parejas que tuve desde entonces han fracasado y le echan la culpa a ella. No la olvidaste, siempre pensas en ella, no puedo estar con un hombre que ama a otra mujer. Los discursos son diferentes pero dicen exactamente lo mismo. Siempre es culpa mía. Llego un momento en que dejo de importarme y antes de que se molestaran en darme una explicación, me iba. Ya sabía que iban a decir. Ahora siquiera me esfuerzo es mantener una relación con alguna mujer. Sólo relaciones sexuales esporádicas, pero no me involucro ni creo una conexión con la persona. Estoy cansado de repetir la misma experiencia, estoy cansado de repetirme.


Hoy es siete, y volveré a soñar. La misma secuencia. Ella y yo corríamos por corrientes en pleno diluvio de una noche de verano. Tapaba su lacio cabello rubio con un diario, y se reía. Pisábamos los charcos como niños. Yo iba atrás, empujándola por los hombros, ayudándola a ir más rápido.

Entramos al hotel, el botones extendió su mano para que le demos nuestros abrigos, empapados. Ella aún se ríe y yo tengo la típica sonrisa boba de un hombre ilusionado y enamorado. El hall estaba lleno de personas, agitadas, hablando por celular, yendo y viniendo, viendo televisión, charlando. El botones nos dio una toalla, ella se secó primero. Caminamos hasta la recepción, pedimos la llave de nuestra habitación. 115, por favor – dijo con su voz dulce y melancólica.

Tirado en la cama de dos plazas hago zapping en la televisión. No entiendo por qué razón nunca hay nada bueno que ver los domingos. Ella está en el baño, yo ignoro que hace. ¿Pedimos servicio a la habitación? – me grito suavemente. Deje de gastar inútilmente el botón del control remoto. Me senté en la cama y llamé. Pollo a la naranja y un champagne bien frío, para dos. En esa época me permitía el lujo de tomar al dinero como algo sin importancia. Ella salió del baño y estaba con su camisolín rosa viejo, se secaba el pelo. ¿Cuánto van a tardar? – me preguntó mientras la toalla no me permitía verle la cara. Cómo una hora, me dijeron. Ella inclino su cuello hacia un costado, mientras se seguía secando; en su mirada se percibía el brillo de la picardía. Su sonrisa la terminó de delatar. Cruce la cama gateando y salté hasta ella. La envolví con mis brazos, mientras le tocaba los muslos. Ella reía, siempre se ríe. Camino hacia atrás, choco contra la cama y nos dejo caer en el mullido colchón que se hunde. Nos besamos, ella tiene una lengua escurridiza muy sensual, que me deja sin aliento. Se escucha un gemido. Nos detenemos. Observamos la habitación. Era la televisión, estaban dando una película porno. Ella se estalló y me dijo que era un cerdo. Yo me excuse, pero no importaba lo que dijera, ella no me creía, y lo bien que hacía.

Su rostro se ilumina por el brillo azulado de la televisión, ella la observa. No lo mires, es mejor hacerlo, le digo. No llegó ni a girar su cabeza que yo ya tenía hundidos mis dedos en los huesos de su cadera y le mordía el cuello. Ella me agarraba del pelo. Era como un animal indefenso, del cual yo me aprovechaba. No era cierto, pero ella me dejaba disfrutar un poco de esa fantasía, de sentirme el perverso que pervertía el pálido y frágil cuerpo de una doncella inocente y pura. No le duraba mucho. Enseguida me arrojo sobre la cama, con ambas manos apoyadas en mi pecho. Sus brazos eran delgados y su piel brillaba como un rayo de sol en primavera. Su mirada penetrante me traspasaba, acariciando algo viejo y dormido en mí, llenándolo de vida. Sus carnosos labios me besaban el vientre; su pequeña boquita pintada de ese rojo rubí, ya gastado.

Uno suele pensar que el hombre es quién domina y quién se coje a la mujer. Ella era la excepción. Me manejaba como quería y me tenía a su completo antojo, arrodillado a sus pies. La lluvia se agolpaba en la ventana y ella se meneaba palpitante y serena. El placer me recorría cada minúsculo lugar del cuerpo y tenía que esforzarme, hacer un esfuerzo descomunal para no acabar antes que ella. Pero ella lo disfrutaba, no le gustaba apurarse, pero tampoco lo hacía lento. La lentitud se asocia con la ternura. Ella era dulce, pero no tierna. En realidad lo era, pero ella lo escondía, no quería dejarse al descubierto. No quería que supieras cuanto te amaba en ese momento, fingiendo que era sólo sexo, que era sólo un hombre y nada más. Nunca me dijo que me amaba, pero su silencio lo hizo muchas veces. Ese silencio en el que el mundo parecía detenido, las gotas impactaban contra el vidrio violentas, ella se inclino hacia atrás, con los ojos cerrados, su boca abierta y le temblaban los hombros. Yo observaba como las clavículas se hundían en su cuerpo y sus senos firmes se iluminaron por el destello de un relámpago. Un ruido agudo y chirriante corrompe la sublime armonía, el ansiado clímax. Abro los ojos y el despertador me indica que son las siete de la mañana.

Cómo detesto, cuánto rencor le tengo a esa maldita campana, ese primer sonido que destroza el silencio del cenit de ese momento. Pero hoy va a ser diferente, desconectaré la alarma y ya no me importa si llego tarde, si me despiden, o si el mundo fuera a caerse. Necesito terminarlo al menos una vez, porque de tanto soñarlo ya no recuerdo que pasaba después. Tampoco la recuerdo a ella, más que su nombre y la mujer que fue esa noche. Noche en la que por primera vez en mi vida, el vacío estuvo lleno; no es tan difícil de entender porque no dejo de soñarla.

miércoles, 5 de enero de 2011

Indescifrable lenguaje
ecos susurrantes, mares
inalcanzables
el ánima transmuta
la alquimia del
deseo
y el sentir más profundo
alzase
vuela eternidades
infinitos
la vida
un instante
efímero
que nunca termina.

diario de un alma nº9

Expresarse es tan complicado y complejo, la alquimia de transmutar el interior hacia el exterior. Darle forma a lo amorfo, es un trabajo artesano. Siempre y cuando no caigamos en lo estereotipado del lenguaje, como solemos hacer. Es simple decir que estoy triste, pero es sólo la expresión más tradicional que podemos darle a un sentimiento que no logramos comprender del todo, a un estado que no sabemos describir. Pero definir lo que siento como tristeza es tan errático, no entra en dicho concepto lo que adentro mío se manifiesta. Aún así, es quizás la forma más certera de explicarle a alguien lo que me pasa. Pero sigue siendo errático.

¿Cómo poner en palabras tan apabullante huracán de ideas, imágenes, conceptos, realidades, universos, paralelismos, y esa infinidad de cosas más que lo componen? No existen tantas palabras en el diccionario, ni tan fieles, para poder decirlo. Lo intentamos, igual, como si fuese a funcionar, como si alguien al leer esto pudiese comprender qué estoy queriendo decir.

Suele atacarme en ciertos momentos, una pregunta que en su mayoría de las veces me deja los pies por cabeza y sin manos. ¿Qué estoy haciendo? Y responder existir o vivir, es nuevamente tan errático como la tristeza.

La incertidumbre es la tierra fértil donde han de nacer las maravillas y las desventuras que habrán de asaltarme en pleno desconcierto. ¿De dónde sale todo esto? Y si pudiésemos hilar fino, tendríamos que cederle la supuesta razón a la causalidad. ¿Dónde empieza? ¿Cuál fue la primera piedra que desató lo que ahora es una montaña por la cual me esfuerzo a conquistar su cima?

Es ese bendito y tan maldito karma, de no poder simplemente dejarlo pasar, de no poder proclamarme inocente. La conformidad y yo, nunca nos hemos llevado bien. Siempre quiero más, nunca es suficiente; y es eso lo que te hace avanzar. ¿Para qué? Siempre queriendo más y más y más ¿Para qué queres más? Y es ese karma de buscar y buscar sin cansancio algo que apacigüe este sentir, que calme esta sed, que pueda llenar ese enorme vacío que da el estar tan arriba y cerca del cielo, que sabes y no podes ignorar todo aquello que dejaste atrás, todo lo que te estás “perdiendo”.
Somos presos de cada decisión y determinación. No se puede volver atrás, ya no hay retorno, no hay siquiera a dónde regresar. Y es esa dualidad, el pensamiento de creer que podíamos elegir, que decidimos una cosa por sobre la otra, que rechazamos una realidad que ahora podría ser nuestra, esa incertidumbre de pensar que sería dé, que pasaría sí, y toda ese discurso de frustración, arrepentimiento y duda. Esto es lo que tenes, esto es lo que elegiste, sacale jugo, no hay forma de saber sobre un posible presente que no hemos transitado. Y no hay cosa más triste que dudar de nosotros mismos, de nuestra montaña y estar deseando estar en otra montaña. Esta es mi montaña, yo hice esta montaña, y tengo que seguir creándola y conquistándola a cada paso, a cada suspiro, a cada segundo. Por toda la sangre derramada, todo el sudor y lágrimas, todas las risas y alegrías que me dio, es no mi deber, pero si mi anhelo seguir intentándolo. Y con el tiempo, hacer cada vez más y más alta mi montaña, y seguir escalando a una cima que posiblemente nunca alance, porque que aburrido sería simplemente sentarme allí a contemplar como la vida, el tiempo y el mundo pasan; y yo paso, como una anécdota, algo sin trascendencia.

El sentimiento ahogado, tira manotazos pidiendo auxilio. Y yo no sé como rescatarlo, ni cómo rescatarme. Y pocas veces me siento así, y por eso me abrumo tanto, me fastidio y me enojo, pero si lo pienso bien, estoy tan enojada conmigo misma por no saber qué hacer o cómo hacer algo que pueda darle un respiro a mi alma que se ahoga en ese manojo intento de aire violento que la está sofocando. ¿Y por qué debería de saber qué hacer? ¿Qué clase de super héroe creo que tengo que ser? ¡Cómo si estuviera mal esta incertidumbre, esta duda, este sentimiento descomunal que me desborda y no puedo contener! ¿Y quién dijo que tenía que contenerlo? Siento que podría estallar en millones de pedacitos de su fuerza y su envión; quiere salir, quiere salir. Y alguien debe dejarla salir, alguien tiene; no, yo quiero que salga, yo quiero salir del cascarón, romper el huevo y darle paso a la creación del mundo.

¿Qué estoy haciendo? Estoy gritando en mi silencio, llorando desconsoladamente sin derramar una miserable lágrima, empujando y peleando contra el cascarón, para dejarme salir. Porque alguien tiene que hacerlo y yo quiero ser ese alguien.