Cada noche pensaba un escenario donde ella sería suya y como se vería reflejado en sus ojos grandes. En cualquier actividad que realizaba, lo invadía el pensamiento de que todo sería mejor o más lindo, si estaba con ella. Cuando tendido en la cama intentaba conciliar el sueño, dialogaba dulces escenas de amor y al dormir, la soñaba. No se cansaba de ella, porque le parecía perfecta, la había hecho perfecta. Era su tesoro, su secreto más guardado, su fantasía recurrente. Nunca había planeado concretar nada de lo que imaginaba, solo se regodeaba en poder hacerla suya en su mente y sus sueños. Un día, mientras tomaba un café sobre Corrientes, pitaba su cigarrillo cuando en una mesa contigua se sentó una mujer de bellos y grandes ojos. No era como la había imaginado pero de todos modos lo invadió la necesidad de convertirla en realidad; se levantó de la silla y se le acercó.
