and I say

wake up and be ~

martes, 11 de enero de 2011

Cuenta cuentos nº5: María

Todos los siete de cada mes, sueño con ella. Según mi psicólogo es un sueño recurrente porque tengo algo pendiente, un capítulo sin cerrar. Hace tantos años que me sucede, que siento que la sueño desde siempre y hasta deje de recordar otros sueños. Todas las parejas que tuve desde entonces han fracasado y le echan la culpa a ella. No la olvidaste, siempre pensas en ella, no puedo estar con un hombre que ama a otra mujer. Los discursos son diferentes pero dicen exactamente lo mismo. Siempre es culpa mía. Llego un momento en que dejo de importarme y antes de que se molestaran en darme una explicación, me iba. Ya sabía que iban a decir. Ahora siquiera me esfuerzo es mantener una relación con alguna mujer. Sólo relaciones sexuales esporádicas, pero no me involucro ni creo una conexión con la persona. Estoy cansado de repetir la misma experiencia, estoy cansado de repetirme.


Hoy es siete, y volveré a soñar. La misma secuencia. Ella y yo corríamos por corrientes en pleno diluvio de una noche de verano. Tapaba su lacio cabello rubio con un diario, y se reía. Pisábamos los charcos como niños. Yo iba atrás, empujándola por los hombros, ayudándola a ir más rápido.

Entramos al hotel, el botones extendió su mano para que le demos nuestros abrigos, empapados. Ella aún se ríe y yo tengo la típica sonrisa boba de un hombre ilusionado y enamorado. El hall estaba lleno de personas, agitadas, hablando por celular, yendo y viniendo, viendo televisión, charlando. El botones nos dio una toalla, ella se secó primero. Caminamos hasta la recepción, pedimos la llave de nuestra habitación. 115, por favor – dijo con su voz dulce y melancólica.

Tirado en la cama de dos plazas hago zapping en la televisión. No entiendo por qué razón nunca hay nada bueno que ver los domingos. Ella está en el baño, yo ignoro que hace. ¿Pedimos servicio a la habitación? – me grito suavemente. Deje de gastar inútilmente el botón del control remoto. Me senté en la cama y llamé. Pollo a la naranja y un champagne bien frío, para dos. En esa época me permitía el lujo de tomar al dinero como algo sin importancia. Ella salió del baño y estaba con su camisolín rosa viejo, se secaba el pelo. ¿Cuánto van a tardar? – me preguntó mientras la toalla no me permitía verle la cara. Cómo una hora, me dijeron. Ella inclino su cuello hacia un costado, mientras se seguía secando; en su mirada se percibía el brillo de la picardía. Su sonrisa la terminó de delatar. Cruce la cama gateando y salté hasta ella. La envolví con mis brazos, mientras le tocaba los muslos. Ella reía, siempre se ríe. Camino hacia atrás, choco contra la cama y nos dejo caer en el mullido colchón que se hunde. Nos besamos, ella tiene una lengua escurridiza muy sensual, que me deja sin aliento. Se escucha un gemido. Nos detenemos. Observamos la habitación. Era la televisión, estaban dando una película porno. Ella se estalló y me dijo que era un cerdo. Yo me excuse, pero no importaba lo que dijera, ella no me creía, y lo bien que hacía.

Su rostro se ilumina por el brillo azulado de la televisión, ella la observa. No lo mires, es mejor hacerlo, le digo. No llegó ni a girar su cabeza que yo ya tenía hundidos mis dedos en los huesos de su cadera y le mordía el cuello. Ella me agarraba del pelo. Era como un animal indefenso, del cual yo me aprovechaba. No era cierto, pero ella me dejaba disfrutar un poco de esa fantasía, de sentirme el perverso que pervertía el pálido y frágil cuerpo de una doncella inocente y pura. No le duraba mucho. Enseguida me arrojo sobre la cama, con ambas manos apoyadas en mi pecho. Sus brazos eran delgados y su piel brillaba como un rayo de sol en primavera. Su mirada penetrante me traspasaba, acariciando algo viejo y dormido en mí, llenándolo de vida. Sus carnosos labios me besaban el vientre; su pequeña boquita pintada de ese rojo rubí, ya gastado.

Uno suele pensar que el hombre es quién domina y quién se coje a la mujer. Ella era la excepción. Me manejaba como quería y me tenía a su completo antojo, arrodillado a sus pies. La lluvia se agolpaba en la ventana y ella se meneaba palpitante y serena. El placer me recorría cada minúsculo lugar del cuerpo y tenía que esforzarme, hacer un esfuerzo descomunal para no acabar antes que ella. Pero ella lo disfrutaba, no le gustaba apurarse, pero tampoco lo hacía lento. La lentitud se asocia con la ternura. Ella era dulce, pero no tierna. En realidad lo era, pero ella lo escondía, no quería dejarse al descubierto. No quería que supieras cuanto te amaba en ese momento, fingiendo que era sólo sexo, que era sólo un hombre y nada más. Nunca me dijo que me amaba, pero su silencio lo hizo muchas veces. Ese silencio en el que el mundo parecía detenido, las gotas impactaban contra el vidrio violentas, ella se inclino hacia atrás, con los ojos cerrados, su boca abierta y le temblaban los hombros. Yo observaba como las clavículas se hundían en su cuerpo y sus senos firmes se iluminaron por el destello de un relámpago. Un ruido agudo y chirriante corrompe la sublime armonía, el ansiado clímax. Abro los ojos y el despertador me indica que son las siete de la mañana.

Cómo detesto, cuánto rencor le tengo a esa maldita campana, ese primer sonido que destroza el silencio del cenit de ese momento. Pero hoy va a ser diferente, desconectaré la alarma y ya no me importa si llego tarde, si me despiden, o si el mundo fuera a caerse. Necesito terminarlo al menos una vez, porque de tanto soñarlo ya no recuerdo que pasaba después. Tampoco la recuerdo a ella, más que su nombre y la mujer que fue esa noche. Noche en la que por primera vez en mi vida, el vacío estuvo lleno; no es tan difícil de entender porque no dejo de soñarla.

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