and I say

wake up and be ~

miércoles, 12 de enero de 2011

Cuenta cuentos nº7: El sueño de José Arcadio Buendía

“Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez


A mi hermoso Gabrielito, muchas gracias por tu magia ~

José Arcadio Buendía es un hombre difícil de definir, pero lo más acertado sería decir que es un apasionado inconstante por todo aquello que llame su atención. Vive con su familia en una humilde pero amplia morada en el pueblo que él mismo fundo: Macondo. 

Desde pequeño, José Arcadio Buendía, era uno de esos niños que aspiran con grandeza a cambiar el mundo, sintiéndose especiales, únicos y revolucionarios. Su imaginación sin límite alguno, siempre fue el motor de sus más descabelladas aventuras. Se destacó en su pueblo natal, por grandes sus experimentos. Entre ellos, el más nombrado, fue cuando a la edad de ocho años logró clonarse por el tiempo de una semana, utilizando a su clon para que hiciera los quehaceres de la casa, tareas y aceptara las demandas de su madre, mientras él jugaba todo el día y dormía en su casa del árbol, dónde coleccionaba todo tipo de insectos. Pero no todo era gloria en la infancia de José Arcadio, ya que una vez tratando de modificar la receta de la panadería del pueblo para obtener un pan que fuese sólo miga, creo una catastrófica explosión en plena noche de un Lunes y como castigo tuvo que trabajar tres meses allí y no le permitían leer antes de dormir. Esto era una tortura para José Arcadio, ya que él disfrutaba desde los cuatro años de leer novelas y libros de ciencia, de dónde salían la mayoría de sus ideas.

A los quince años en plena etapa hormonal desaforada, José Arcadio, se resistía a utilizar su energía en el cortejo de jovencitas y la dedicaba a la investigación geográfica, estando casi seguro de que faltaban tierras por descubrir y civilizar. De todos modos, esa no era la única razón de su auto-control carnal, sino también que él creía que estar con una mujer era algo serio y no lo haría hasta estar seguro de que se tratase de la persona que criaría a sus futuros hijos y lo acompañaría en todas sus locuras. 

      A los dieciocho años vio a Úrsula sentada en un banco de la plaza leyendo un libro y se enamoró perdidamente de ella. Como era una persona desmedida y atolondrada salteo todos los pasos de una conquista habitual, preguntándole si deseaba ser su compañera en busca de un desierto donde construir pirámides como en el antiguo Egipto, encontrar la fórmula de la vida eterna y tener dos hijos varones. A Úrsula le pareció tierna y conmovedora la mente soñadora de José Arcadio Buendía y acepto el reto, pero ella no sabía lo en serio que iba con sus proyectos en ese entonces.

Luego de dos años de investigación de mapas y ahorrar dinero, José Arcadio y Úrsula salieron en una expedición con varios acompañantes en busca de una tierra prometida donde fundar un espacio cultural e intelectual donde se formarían científicos para llegar al centro de Tierra, conquistar Marte, entre otras cosas.

A los veintidós años, José Arcadio Buendía fundó Macondo, construyo su casa y trabajaba en los planos de una pirámide que concentrara la energía del cosmos para poder hacer levitar sus futuros colchones voladores en los cuales podrían viajar mientras dormían cómodamente sus conductores. Úrsula estaba embaraza de su primer hijo. 

De todos los incalculables proyectos que tenía José Arcadio podemos decir que el único que pudo cumplir fue en la creación de un pueblo cultural e intelectual. El resto fueron suplantados por otros proyectos, que a su vez fueron suplantados por otros proyectos y así sucesivamente en una inmensa lista de investigaciones e inventos dejados en mitad de proceso. La inconstancia de José Arcadio o mejor dicho, su facilidad para fascinarse con una idea, era el principal motivo de su desidia.

A los treinta y dos años, ya con dos hijos crecidos y una familia conformada, parecía que el historial de fracasos de José Arcadio Buendía no habría de terminar jamás. Más él nunca se sintió frustrado por esto, y tampoco Úrsula ya que creía que era mejor así a que realmente llevase a cabo todas sus irreales ideas. Sus hijos no tenían intereses afines al suyo y eran más bien lo que podría llamar, niños normales. Pero todo eso cambiaría un Martes al mediodía en que un grupo de europeos viajeros se hospedaría en Macondo. Estos individuos estaban infectados por la gripe del insomnio, una gripe que parecía convencional pero que al cabo de unos días daba origen a un insomnio atroz que no terminaba nunca.

José Arcadio Buendía impulsado por los rumores, fue a entrevistar a los europeos. No encontraba nada anormal en ellos y creyó que se trataba de una de esas tantas historias de pueblo, porque bien se sabe que un pueblo chico tiene un infierno grande y no faltaban las viejas chismosas que sin nada mejor que hacer que cocinar, tejer y dormir la siesta, se entretenían fomentando historias injustificadas cuando hacían las compras comenzando una epidemia de fábulas.

     Los europeos quisieron establecerse en Macondo, pero las mismas viejas que supuestamente estaban contentas con tanto de que hablar de ellos, fueron las primeras en poner el grito en el cielo, movilizándose en contra en la plaza con cucharas y un canto simpático – No a la gripe, no al insomnio, queremos a los europeos fuera de Macondo. Fue un espectáculo extravagante en el pueblo, atrayendo a tantos curiosos que terminaron uniéndose a la lucha, que fue imposible para José Arcadio poder ir en contra de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. 

José Arcadio Buendía fue personalmente a echar a estos forajidos, con gran pesar y declarando lo mucho que extrañaría jugar al ajedrez y hablar de las constelaciones con ellos. Estos le ofrecieron que fuera de viaje con ellos, pero José Arcadio no pudo decir que sí, aunque era lo que más deseaba, ya que tenía un compromiso con su familia y Macondo. Pero aceptó de buen gusto quedarse a beber un té de eucalipto, miel y raíces de papa y tener una última agradable reunión con ellos. Esa noche, José Arcadio no durmió y se quedó jugando ajedrez, a las damas chinas y a formar palíndromos de hasta diez sílabas. Esto no alarmó a José Arcadio, ya que no tiene nada de extraño desvelarse en una noche divertida. Despidió a los viajeros y fue rápidamente a su casa para trabajar en la escritura de haikus con palíndromos.

Después de escribir tres días seguidos sin dormir terminó su obra. Hasta ese momento nada parecía fuera de lo cotidiano, ya que era habitual que José Arcadio se pusiera necio y pasara días y días trabajando. Estaba tan concentrado que no notaba como su nariz se había puesto roja, su garganta estaba llena de placas y sus ojos se habían hinchado hasta el tamaño de un huevo. Tenía fiebre pero como era verano, pensó que era la típica ola de calor que solía acechar a Macondo antes de la semana de lluvias intensas. 

Era de noche y después de forrar su libro, comer las sobras de la cena que le había calentado Úrsula, José Arcadio se recostó en su cama e intento dormir en vano. Úrsula estaba aún más alarmada por su tos de chancho, y su respiración de elefante. Estos eran los clásicos síntomas de una grave gripe del insomnio. 

Úrsula salió de la habitación y desde la puerta le explicó a José Arcadio que estaría en cuarentena hasta que pudiese encontrarse una cura para la enfermedad. José Arcadio aceptó y se quedó leyendo cinco días seguidos, hasta que su aburrimiento era tal que se puso a contar la cantidad de pelos que tenía en cada uno de sus brazos y piernas. Un millón quinientos cuarenta y dos. Pero como no tenía espejo para contar los pelos de su trasero o los de su cuero cabelludo y las manchas de humedad ya se las conocía de memoria de tanto mirar el techo, le pidió a Úrsula que mandase construir una habitación en el patio, equipada con un laboratorio porque él mismo se encargaría de darle a la humanidad una sustancia que pudiese combatir la gripe, el insomnio y la gripe del insomnio, un tres por uno.

     Diez días después, la habitación estaba lista y luego de despejar la casa y todo a cien metros a la redonda, José Arcadio salió de su aislamiento y vio la luz del Sol la cual había olvidado que existía. El sucucho de cuatro paredes de cuatro por seis metros cuadrados contaba con una ventanilla especial en la cual podían hacerse transacciones con el infectado. Así fue como pasaron los meses, tres meses y una semana para ser exactos, desde que José Arcadio Buendía frente a su laboratorio de alquimia se había puesto a crear la tan ansiada fórmula que salvaría a la humanidad. Ese día el sol del atardecer daba de lleno a los frascos y recipientes llenos de químicos de colores inventados por José Arcadio, como el verde musgo mucoso de cían, el violetriana tercero cuarta y el carnaval carioca centelleante; ese día habría de dar por terminado su experimento y esa misma noche lo probaría.

Después de comer su guisado especial de lengua de cabra con pezuñas de vaca, José Arcadio Buendía se estiro y relajo sus músculos sobre la inmaculada cama en la que hacía mucho tiempo no se posaba. Bebió medio frasco de su invento y cayó en un letargo, del que no habría de despertar en unos cincuenta años. Desde luego que en esos cincuenta años, hubieron de llevarse a cabo varios intentos de despertar a José Arcadio Buendía, incluso se había formado una especie de altar en su espacio de ciencia, siendo una de las atracciones turísticas más remuneradas de Macondo. Científicos del mundo entero lo visitaban para corroborar la tan insólita situación e investigaban la sustancia de José Arcadio, como un modo de despertarlo. Úrsula con el dinero que sacaba del espectáculo al que había convertido a su esposo, mantenía la casa sin siquiera trabajar, pagaba a dos criadas para que limpiaran y pudo criar sin problemas a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Luego de cincuenta años, José Arcadio Buendía despertó con un feroz bostezo a las tres de la madrugada. Salió de su cuchitril y se fue a lavar la cara a la cocina. Las criadas que escucharon ruido lo descubrieron y creyeron que se trataba de un ladrón. Úrsula, apareció inmediatamente, después del alboroto. Al ver a José Arcadio Buendía, despierto y con una sonrisa en su, ahora, arrugado rostro, se desmayó. Él no comprendía en absoluto la situación y echó a patadas a las criadas de su casa. Cuando sus nietos corrieron a la cocina, José Arcadio los abrazo pensando que eran sus hijos, y vaya sorpresa que se llevó cuando sus verdaderos hijos lo contemplaban siendo unos hombres incluso más ancianos que él cuando se había ido a dormir.

1 comentario:

Mindfreak dijo...

Ten cuidado con lo que deseas, podrías arrepentirte.
Ten cuidado con lo que deseas, podrías conseguirlo. =)