and I say

wake up and be ~

jueves, 30 de diciembre de 2010

diario de un alma nº8

“Es cierto que trato a mi pobre corazón como a un niño enfermo: le consiento cuanto deseo tenga. No se lo cuentes a nadie, hay gente que lo tomaría a mal”
Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang Von Goethe

Hay muchas cosas que jamás comprendí bien del amor. La más puntual es la que habla de él en medidas. Lo que yo no entiendo, es cómo se puede medir el amor. ¿Es acaso que el sentimiento sublime que palpita en mi corazón tiene una masa y cuerpo determinado? Ha de ser una especie de recipiente, mide tanto de alto, ancho, profundidad, con un volumen. Entran unos tantos centímetros cúbicos de amor allí dentro.

Supongamos entonces que tengo un medidor en mi interior, que va calculando el amor que siento por una persona, por el mundo, por el arte, por cada cosa que me produce dicho sentimiento. Y medimos, y me mido. Ir despacio, ir rápido, hacer las cosas bien, sin apurarse, a un buen ritmo, como una maratón; el que va tranquilo llega sin problemas a la meta.

Todo esto parece tener una cierta lógica que me parece muy lógica pero que me parece naturalmente incoherente. A mí me es imposible medir mi amor o medirme a mí misma en su entrega. Supongo que quizás mi medidor vino fallado, mal de fábrica. Yo no sé cuánto mide mi amor, y quizás por eso me parece que no tiene medida, ni peso, ni alto, ni ancho, ni forma, ni volumen.

¿Por qué tengo que medirme en un sentimiento que no tiene medida? Y la pregunta que más me viene a la cabeza ¿Cómo puedo medirlo si yo no le encuentro ni el alto, ni el ancho, forma, peso, volumen, medida, profundidad?

Una vez leí en uno de mis libros favoritos, que los sentimientos y emociones es todo lo que tenemos y por eso mismo tenemos que atesorarlos y aceptarlos. Bueno, quizás por eso se lo calcula, se lo va midiendo. No sea cosa que se entregue amor de más y se quede uno sin reserva, para después. Cómo si el amor viniera calculado desde que nacemos, tenemos tanto amor para dar en este mundo, y hay que racionalizarlo para que alcance hasta el día de nuestra muerte.

Nunca fui la clase de persona que se cree omnipresente, realmente inteligente, que la tiene re clara y mucho menos, que siempre tiene la razón. Siempre que expongo lo que pienso o siento, sé que puedo estar “equivocada”. Pero en todo caso ¿qué es estar equivocada? ¿hay acaso forma de hacer lo correcto o incorrecto en casos como estos?

Hay ciertos conceptos que son un martirio para la raza humana. Siempre estar pensando en el deber, en que está bien o mal, qué es correcto o incorrecto, siempre midiéndonos, siempre poniéndonos en una balanza para saber de qué extremo estamos más cerca.

Es difícil definir a una persona y es difícil ponerla en una balanza; por eso mismo es tan difícil juzgar a una persona, pero todos lo hacemos. Cómo si uno conociera realmente todo lo que es ese ser humano para poder emitir un juicio hacia él, como si fuésemos objetivos, como si pudiéramos decir “esto es así”, “esto es asá”, “así son las cosas”; pero qué egoístas y egocéntricos se puede puede llegar a ser.

Es fácil abrir la boca para hablar de lo que se desconoce, es fácil juzgar lo que se desconoce, es fácil hablar del amor por bocas ajenas, y repetir y repetir. Repetir una y otra vez lo que otros han dicho, lo que está aceptado, pre-establecido, es fácil seguir la corriente de una sociedad y humanidad que siguió adelante presionada supuestamente por el tiempo, sin detenerse quizás a preguntarse “¿qué estamos haciendo?”. El juicio de un grupo de personas se repite constantemente, hasta que alguien lo contradice, se producen peleas, violencia, desacuerdos, y así es como habitualmente nacieron las guerras.

No sé en qué momento se determinó que las cosas son de una única y determinada manera. O somos capitalistas o somos comunistas, o somos utópicos o somos realistas. O en qué momento surgió el odio y el rencor, el por qué, la razón, por la que no se puede convivir con diferentes ideas. Porque si no pensas como la mayoría, sos raro o revolucionario. Las pelotas, pensar y sentir por uno mismo no te hace más que quién sos, lo que adjunten los demás sobre vos depende de su percepción sobre vos, de su juicio, de su balanza. Y a mí esa balanza me importa tan poco.

Yo siempre confié y me guié por lo que siento; no sé si tiene medida, ni me interesa, aunque si he de definir el amor, lo defino como un sentimiento sublime que es inconmensurable. Muchas veces choque y he de chocar con las paredes de una sociedad, de una humanidad, de personas que han de decirme que estoy mal, que no es así, que no se puede, que soy una idealista, rara, loca, una persona que busca llamar la atención a través de la contraposición a la idea general, etc, etc, etc, etc. A veces me pregunto ¿no se cansan de gastar su tiempo conmigo?

Y si comienzo con la tan maravillosa frase de Goethe, fue porque cuando la leí, la sentí tan dentro mío, y me llegó tanto. “Hay gente que lo tomaría a mal” es increíble que después de 237 años, estas cosas sigan pasando. Y no sé si es tan increíble, sino triste.

jueves, 23 de diciembre de 2010

castaños ojos ~


Cada vez que estoy en el bondi, viajando, agotada y abrumada, se me viene la imagen de tus ojos castaños, tu triste y profunda mirada. En esos momentos, mi mente es una maraña de palabras, inventadas, sueltas, frases dichas, encontradas, oraciones sin sentido, letras mayúsculas y números al revés. Como relámpagos, se propagan imágenes del pasado, de la historia que quise borrar y no pude, de los recuerdos felices, los tristes y aquellos que ignoraba aún tenía; un haz de luz revolotea amorfo, dándome un mensaje escondido, enterrado, aparentemente olvidado que regresa una y otra vez. ¿Qué queres de mí? Es una pregunta tan absurda. Ponerme en tercera persona siempre me ayudo a poder hablarme a mí misma como a una enemiga, como a una figura desfigurada a la cuál le recrimino indiscriminadamente todo lo que me pasa, lo que siento, todo lo que duele. Y es que, al fin y al cabo, no puedo culpar a nadie más que a mí misma por lo que hoy me acontece. Hace frío y me duelen los dedos. Escucho Hello Good-bye de los Beatles y ese tema me gusta mucho, pero necesito otra cosa. Quiero Akira Yamaoka, algo bien oscuro y melancólico que vaya más con cómo me siento. No veo la hora de llegar a casa, poder recostarme en la cama y olvidarme del mundo entero por unas horas. Me gusta tanto dormir, y no sé si me gusta dormir porque me gusta dormir, porque es lindo o simplemente porque me ayuda a escapar. No soy la clase de persona que huya o escape, pero a veces necesito, necesito respirar muy hondo y que nadie me mire, que nadie me mire derrumbarme lentamente. Y me pudro, siento como me pudro por dentro y como me deshago. Todo eso que no me sirve, que duele. Me pudro y lo dejo ir, lo dejo resbalar por mí hasta un abismo infinito. Es un proceso intenso pero tan necesario, y cuánto lo necesito ahora. Las luces y las personas pasan por la ventanilla, y siento que danzan para mí. Siento tu sonrisa cerca de mío y no puedo evitar sonreír también. Tu dulzura me acaricia desde adentro, y un tibio regocijo me atrapa. El cielo se ve eterno y resplandeciente, aunque es de noche. Siempre me gustó más la noche, porque me gusta contar estrellas, porque me recuerda a vos, porque es cuando solemos tener largas y tendidas charlas con el señor cielo, e incluso a veces las estrellas acotan algo. Y cada vez que siento ganas de retirarme, de irme y no volver, de hundirme para siempre en mi eterno estanque y ahogarme en todo ese azul marino, de desprenderme y desaparecer en una corriente de aire; cada vez que siento ganas de rendirme, recuerdo tus ojos castaños, tu triste y profunda mirada. Y por alguna razón que no sé explicar muy bien, sonrío y me siento tan, pero tan fuerte, que podría tomar el sol con la mano sin quemarme. Tu luz me atraviesa y me recuerda que yo también puedo brillar.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº4: Testimonio Oficial de Lourdes Monte Negro

El presente documento representa estrictamente la declaración de Lourdes Monte Negro, presidenta del consejo vecinal, al pasado conflicto del Jueves 06 de Mayo del 2010, entre el verdulero Omar Velloso y Mirta Avellaneda.

Podría empezar acotándome solamente al hecho, pero cómo no sé si usted, conoce el contexto, debo empezar con una breve introducción.

El barrio está habitado por familias decentes y responsables, pero es sabido que desde la crisis del 2001, los delincuentes y personas indeseables con intenciones desagradables y dañinas hacia los terceros, se han esparcido como cucarachas luego de recibir medio frasco de Raid. Pasados nueve años desde entonces, podemos decir que algunos de estos individuos, se han asentado de forma creciente y permanente, en nuestro digno barrio. Está de más decir, que aunque el gobierno mantenga inescrupulosamente a estos vagos sin remedio que nos contaminan el aire; dichos sujetos emprenden negocios insalubres y económicos, y se prestan a la llamada “changuita”.

El señor, si se le puede decir señor, Omar Velloso, es un perfecto ejemplo de lo que yo a ustedes, les estoy relatando. Si lo vieran, con ese cabello grasoso, la ropa mugrienta, cual harapienta vestimenta de linyera, la barba crecida, sus tatuajes carceleros, y el delantal blanco, muy lejos de ser blanco; me entenderían. Dicho sujeto, es uno de los bandidos que tienen su “propio” negocio; es “propietario” de un antro al que llaman verdulería. Fue en ese antro vulgar en dónde se concibió el hecho que nos incumbe.

Erase un Jueves hacia el mediodía, digamos pasadas las 12 pero sin llegar a las 13:30 hs. que Mirta estaba comprando en la verdulería de don Omar con apuro. La situación es clara, Mirta estaba cocinando algo, asumo que puchero, y notó alarmada el faltante de la tan amada e importante papa. El problema converge no en la compra del producto de dudosa procedencia, sino en el pago en efectivo del mismo. Como no podía ser de otra forma, tratándose de un bruto como él, Omar tenía la papa a $5,50. Y sabiendo la escases de monedas, en vez de dejarla a 5 o a 6, redondo y sin joder a nadie ¡NO! A $5,50; estas situaciones me son indignantes y sé que usted me entiende, todos deberían entenderme. Mirta estaba apurada, y a penas entregada la bolsa de plástico con el kilo de papa, le dio a Omar un billete de $5 y una resplandeciente moneda de $0,50, y cuando quiso salir apurada porque seguro su deliciosa comida peligraba; la moneda se deslizó por la mano de Omar, cayó y rodó hasta la alcantarilla, perdiéndose en un mundo subterráneo y desconocido. Omar exclamó con un grito y Mirta se dio vuelta asustada; Omar empezó a hablar en lenguas que me parecieron desconocidas o quizás balbuceando más de lo habitual (es impresionante como esta gente no sabe hablar como Dios manda), pero lo que sí quedaba clarísimo y se entendía de su discurso, era que Mirta debía darle $0,50 ya que era su culpa que estos cayesen y se perdieran. Mirta es una mujer dulce y amable, se encogió de hombros y hasta pareció empequeñecer ante los gritos del hostigador verdulero, pero cuando este se mostró tan interesado por del dinero, por unos míseros $0,50, y grito tanto como para que a una cuadra todos se dieran vuelta a ver el espectáculo, pegó un grito y dijo: - metete los $0,50 por dónde te entren, mal educado – fuéndose apurada.

Desde entonces, Mirta no volvió a comprarle a don Omar, yo que a veces lo hacía en emergencia, también deje de hacerlo. El problema es que el sujeto en cuestión esparció rumores sobre Mirta por resentido. He aquí donde entra mi labor como presidenta del consejo vecinal, como ciudadano responsable y digno de nuestro país y como una mujer de altura que soy; aquí les aclaro que si alguna vez oyen hablar a don Omar o escuchan rumores sobre la señora Mirta Avellaneda, no los crean. Yo observé todo el acontecimiento desde la vereda de enfrente, mientras hablaba con Mónica sobre el próximo campeonato de escoba del quince del club de jubilados. ¿Qué harían ustedes? ¿Dejarían que se manche impunemente la reputación de una mujer responsable que no tiene porqué tolerar la mala eficacia y educación de un verdulero mediocre? Pues yo no puedo permitirlo, y por eso en este documento dejo en claro la situación. Y no es sólo eso, porque de esta forma aporto yo, desde mi lugar, mi granito de arena para hacer un país más noble y justo.

Cuenta cuentos nº3: No sé en qué momento

Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de malo. Alguien tiene que hacer de malo- así comenzó su discurso, que giro reiteradamente en lo mismo, con muchas palabras, silencios. Todo estaba implícito, sin duda fue indirecto pero no sutil. Y mientras observaba el espectáculo que encarnaba, pensaba si realmente hacía falta semejante circo para decirme que ya no quería estar conmigo; o quizás, quiero estar más con la otra que con vos, no lo sé.

Luego de un abrazo de consuelo, que en realidad no fue más que un acto de benevolencia mía para ayudarlo a eliminar la culpa que él sentía, se fue y no volví a verlo. Estas cosas pasan, bastante seguido; puedo apostar a que pasan al menos una vez al día, aunque deben ser miles. Tenía 24 años, era la primera vez que un hombre se dignaba a dejarme; solía ser yo quien cortaba la relación cuando me aburría de la misma monótona rutina. Si he de ser sincera, jamás me enamore, ni realmente quise a mis parejas. Ahora que lo pienso, sólo tuve parejas por tenerlas, por decir “mi novio blah blah blah”, porque era divertido, entretenido, porque era agradable en cierto punto, pero tarde o temprano ya no lo era.

Mes y medio desde ese episodio, ya estaba saliendo con otra persona; Juan es un vecino del barrio al que me mude hace poco. Con Juan era un poco diferente a las otras veces, no había tanta rutina ni monotonía, compartíamos muchos intereses e incluso algunas veces sentí latir fuerte mi corazón cuando estaba cerca suyo. Él no era como cualquier chico, era especial, diferente y todas esas cosas que una puede decir cuando sabe y siente que encontró a alguien que supera el común denominador corriente de la persona promedio, y se siente dichosa de ser parte de su vida, conocerlo, etc. Juan fue al primer novio al cual le dije que lo amaba sin mentir, o eso creía en ese momento.

Los años pasan, y los pensamientos se vuelven filosóficos, uno empieza a pensar si realmente quiere lo que quiere, que el tiempo se nos escapa, que ya hay que ir asentando cabeza, que necesitas alguien decente al lado tuyo, hay que asegurarse un futuro, el amor no existe, sólo existe el sexo y la conveniencia económica-social; de esos pensamientos, hay demasiados y se pueden encontrar en cualquier lado. Yo no era el tipo de persona que solía pensar en cosas como esas, pero cuando todo el mundo lo piensa, lo repite, te lo aconseja, llega un momento donde te crees la peor mentira como la verdad más verdadera. Me pregunto cuando empecé a ser influenciable, o es que realmente el tiempo, los años y el futuro me daban miedo o me generaban cierto trauma; nunca quise saber qué era.

Juan era de esas personas especiales, diferentes, de las que una se siente dichosa de ser parte de su vida; pero algo que no era, era un buen partido. Sí, Juan era una buena persona, pero su empleo como pintor le daba bastante irregularidad en su entrada de dinero y cuando comenzamos a vivir juntos, yo tenía que ocuparme de gran parte de los gastos. Es verdad, Juan a veces cocinaba y era rico, y también tenía de esos pequeños gestos que te esbozan sonrisas. Todos me dijeron que lo deje, que él era un mantenido y que yo me hacía cargo de él como si fuera mi hijo; a mí no me molestaba. Pero no sé en qué momento fue, que entre comentario y comentario, esa tal dignidad que se supone estaba perdiendo y ese orgullo que debía sentirse herido, comenzaron a hacerlo.

Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de mala. Alguien tiene que hacer de mala – le dije a Juan, comenzando mi discurso, no sabía cómo decírselo; él sabía que no tengo hermanos.

Después de una hora, Juan me dio un abrazo y se fue; nunca más volví a verlo. Ese abrazo que yo pensaba era de consuelo, fue el puñal más profundo que hubieran de clavarme alguna vez. Y no sé en qué momento fue, que empecé a escuchar a la gente; desde ese día, deje de hacerlo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº2: El curioso caso del señor Faraday

Federico se caracterizó siempre por su curiosidad hacia lo desconocido, o en su defecto, profundización de lo ya conocido y establecido en su vida. Su madre, Emilce, le daba el espacio y aprobación para sus experimentos, para no tener que lidiar con esos típicos problemas que debe atravesar una madre que educa a su hijo. Emilce, aplicaba honradamente el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”. De esa forma, ignorando las hazañas de Federico, aunque a veces, realmente debía esforzarse bastante para hacerlo, pretendía tener una buena relación, sin conflictos, de las cual presumía con sus amigas cuando ellas se quejasen de sus problemas maternales.

Gran parte de la curiosidad de Federico fue heredada de su padre, Jerónimo, a quién lo presumen muerto desde que desapareció en una investigación en la selva amazónica. Federico no sólo cree que está vivo, sino que tiene la ferviente hipótesis, aunque él dice que es una certeza, de que se disfraza para estar cerca suyo y no vuelve a casa porque no soportaba que su esposa no lavase los platos de la cena en la noche, sino hasta la mañana siguiente.

Así es como Federico realiza un monitoreo exhaustivo todas las tardes, después del colegio, desde su ventana, al barrio, esperando encontrar a su padre. Ya hubo varias quejas de vecinos al respecto, tras sentirse observados por el joven y sus binoculares. Emilce, lo niega a toda costa, y justifica dichos reproches con la paranoia en la que vive la sociedad de hoy.

Cómo era de esperarse, la llegada de un nuevo vecino, alteró a Federico, quién dobló sus observaciones al recién llegado incluso en la noche antes de dormir. En su cuaderno, donde lleva el seguimiento de la vecindad, tenía varias páginas dedicadas exclusivamente a este extravagante hombre, al cual le costaba seguirle paso.

Hasta ahora, Federico sólo tiene el dato de que es un hombre mayor de cuarenta años, que no pasa casi tiempo en su casa, vuelve a las 23 hs. y saca a las 23:15 hs. una bolsa de basura de tamaño considerable. Por la tarde, una señora se encarga de la limpieza, de las 16:30 a las 18 hs. Federico está más que extrañado y excitado por estos hechos. Incluso, una noche intentó hurgar en la basura del individuo en observación, pero fue sorprendido por el señor Collins, el anciano chusma y cascarrabias del barrio, y tuvo que abortar la misión en pleno procedimiento.

No sólo a Federico le llamaba la atención el señor Faraday, así decían que se apellidaba las vecinas, quienes se juntaban religiosamente todos los Jueves a tomar el té su casa, con el propósito de hacer críticas destructivas pero aparentemente inocentes e intercambiar rumores. El señor Faraday era el blanco perfecto para ellas, quienes decían que habían escuchado de la señora Collins, que dijo que le dijo su marido, el señor Collins, que una noche vio al señor Faraday sacando una enorme bolsa de basura que se movía. Esto despertó el interés de todas las protectoras de animales y amigas de la ecología, que asumían que el señor Faraday asesinaba gatos y perros que traía de algún lado, o aún peor, los comía.

Federico, lejos de creer tales chismes, escuchaba atentamente desde la escalera todas las charlas, para conseguir información extra. Él estaba seguro que se trataba de su padre, pero no se atrevía a acercarse y preguntarlo directamente. Podría hablar con la mucama, pero eso levantaría demasiadas sospechas si no tenía un objetivo claro a la hora de hacerlo.

Era un Jueves, la noticia era que el señor Faraday era un veterinario loco que realizaba operaciones y cometía mala praxis, entonces para que los clientes no se enteraran de dicho horror, traía los cuerpos de los animales y los arrojaba a la basura desde su domicilio, el cual todos desconocían, puesto que se había mudado recientemente. La coartada parecía muy coherente para Emilce y para casi todas las mujeres, pero no para Federico, quién se reía alevosamente de lo absurdo de la misma. Pero sería ese Jueves, cuando después de escuchar tales blasfemias hacia su padre, que lo llevaría a la decisión de tomar el asunto por mano propia. Esa noche se acostó tarde, ideando el plan que terminaría con tanta intriga y mentiras.

Viernes por la tarde, 17:30 hs. justo después del colegio, Federico se puso a jugar a la pelota en la calle. Tenía que ser un tiempo antes de que la mucama saliera de trabajar, sino la tan esmerada táctica se denotaría como táctica para acercarse a ella, lo cual no le era conveniente. Llegadas las 18 hs. cuando Federico escucho que la puerta se estaba abriendo, pateo fuerte la pelota que venía guardando desde los seis años sabiendo que en un futuro le sería útil. Se escuchó un estruendo que alarmó a todas las personas que recorrían la calle como transeúntes, la ventana delantera de la casa estaba hecha añicos, y la mucama tenía una expresión de miedo y enfado. Federico corrió, atravesando el jardín, hasta llegar a la puerta principal. Tratando de esconder lo mejor posible su emoción, intentaba esbozar alguna mueca de tristeza o vergüenza. Emilce estaba expectante a la situación desde la ventana de la cocina, y se escondía tras la cortina para que no la vieran. No podía creer que justo, justo Federico hiciera algo así, y la haya puesto en la difícil situación de actuar como madre frente a los ojos de todos, que estaban esperando su aparición.

La mucama empezó a los gritos, diciéndole a Federico que se haría cargo de los daños y que él mismo le explicaría al señor Faraday lo que había sucedido, ya que ella no se haría responsable de los daños que no había cometido. Aunque el plan no había salido literalmente como lo esperaba, estaba más que contento con los resultados, ya que lo guiaron a una irremediable reunión con su padre. Emilce, a paso militar, fuerte y seguro, atravesó la calle con el rostro desfigurado de la rabia, claramente fingida, y tomó del brazo a Federico a quién arrastró hasta la casa, diciéndole a la mujer que se quedara tranquila, que ella se encargaría de los gastos y de que su hijo se disculpara debidamente.

Esa noche, no eran ni las 22:30 hs. y toda la vecindad se estrechaba contra los vidrios de sus ventanas, entusiasmados por el espectáculo que se aproximaba. Cuando el señor Faraday estacionó su auto, notó como miradas se le incrustaban por todos los ángulos habidos y por haber.

Antes de poder entrar a su casa, sintió como débilmente le tironeaban el traje; al darse vuelta vio al pequeño Federico, que tartamudeando la explicaba lo sucedido, desde la expedición al amazonas, los chismes del barrio y sus planes para romper su ventana. El señor Faraday echó a reír tanto que sus carcajadas hacían eco. Federico, que miraba hacia el suelo, estaba lagrimeando y pensaba en salir corriendo a su cama. Cuando un movimiento le advirtió su idea al señor Faraday, este le apoyó su mano en el hombro, y agachándose para estar a la misma altura de Federico, lo miró fijamente. Este será nuestro secreto, no se lo digas a tu madre – y le guiño el ojo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº1; El Hombre que empequeñeció hasta desaparecer

Me desperté, asustado. Era como si a partir de ese momento, comenzara mi vida. ¿Alguna vez les ocurrió levantarse de un sueño profundo y no saber qué día es o dónde están? Algo así, pero aún peor, porque llegaba al punto de aterrorizarme.

Desconocía la cama, me parecía más grande, las sábanas de otro color. Tenía frío, cuando suponía debería tener calor, y ya estaba injuriando al tiempo por indeciso. Veía mis manos, y no las reconocía, y mis piernas me parecían demasiado largas.

Tanteé mi cara, mi pelo, mi cuello y pecho, y estaba seguro de que no era yo, aunque efectivamente lo era. Es cómo sí me hubieran cambiado de cuerpo, de casa, de cama, como si estuviera donde no correspondía; una broma pesada, de mal gusto.

No era que no me reconocía literalmente, como sí no supiese quién era, sino que sabía quién era y no me veía o sentía como tal.

Fui al baño, me pegué una ducha, me afeite, y seguía sintiéndome extraño, más que extraño, otra persona. Pero por alguna razón, tenía apuro de salir a la calle, a caminar, sin tener idea de a dónde ni con qué objetivo, pero tenía que hacerlo.

No hizo falta ni llegar a caminar tres cuadras por inercia, para cruzarme con alguien, que sabía conocía, me brotaba afecto y confianza para hablarle, pero no sabía quién era, a qué se dedicaba. Cómo cuando alguien te parece familiar, pero además de eso, sabiendo que lo conoces y tenes una íntima relación que no recordas.

Albertito, querido ¡nos levantamos temprano eh! Es raro cruzarte a estas horas – me dijo. Yo me quede entre sorprendido y alegre. Me preguntaba cómo pudo reconocerme sí yo no me veía como en realidad era.

Uh ¿qué pasa? ¿Estamos dormidos? – mientras se echaba a reír, dándome unas palmadas amigables en el hombro.

Me sonreí y trataba de recordar cómo se llamaba este hombre que sabía, era un muy buen amigo mío.

Che, escuchame, turro – me dijo mirándome a los ojos – no te olvides que mañana es la fiesta sorpresa de Nati. Vos tenes que llevarla engañada como quedamos, ¿tamos?
Sí, sí, obvio, cómo me voy a olvidar, querido – respondí con un tono de confianza para darle cierta seguridad. Entonces él empezó a reírse de sobremanera y yo me quedé impactado.

- Claro, justo vos viniéndote a hacer el que nunca te olvidas nada. Tomatelas, Gonzales, no te crees ni vos. Ojalá hubieras heredado la memoria de elefante de tu vieja.

Seguía sin entender del todo la situación, pero al nombrar a mi madre, de quién sólo se me vino el nombre a la cabeza, supuse era alguien de demasiada confianza.

Bueno, che, no te zarpes – le reproché levantando la ceja y haciendo un ademán con la mano. Después de pensarlo un momento, y considerando que la situación de esta mañana no venía avanzando en lo más mínimo, ni tenía pinta de hacerlo, supuse que lo mejor era consultarlo con este amigo.

¿Tenes un momento libre ahora? Necesito hablar algo importante con vos – le dije dirigiéndole una mirada muy seria, para que notase la urgencia del asunto.

Gonzales, es imposible, estoy llegando tarde a la oficina y ya sabes lo bravo que es mi jefe. Ahora que se entero que la noviecita le metía los cuernos, está que arde el viejo. Pero a eso de las seis, nos vemos en el barcito para tomar unas birras y charlar ¿te parece? Le aviso a Diego por sms y nos juntamos los pibes a hablar cosas de hombres – riéndose.

Con la mirada perdida, indagando en mi mente dónde quedaba el susodicho y tan habitúe bar, repetía que sí a todo lo que decía, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

Che, Gonzales, posta estás raro hoy eh – mientras me cacheteaba la cara cariñosamente – Seguro que te llamo de nuevo Fernanda con esos aires de superada histérica y te dejo maquinando. Ya te dije yo que esa mina es una loca de mierda, no le des pelota. Anda, anda, nos vemos a la seis. Me saludo con un beso, me guiño el ojo y se fue caminando.

Aún más desorientado que al principio, me quede parado en la calle, viendo como él se iba. ¿Cómo puede ser que alguien sepa más que yo de mi propia vida? Y aún más ¿Cómo es posible que no recordara yo nada de ella?

Me reincorpore después de unos minutos y seguí caminando con la misma inercia de antes, sin saber a dónde iba, pero sintiendo que inconscientemente mi cuerpo me estaba guiando a un lugar puntual, dónde suponía podría conseguir ayuda.

La gente caminaba por la calle y me saludaba amablemente. Yo respondía de igual forma. Cuando llegue a una puerta blanca, me detuve pensante. Al resultarme esta puerta, esta casa, familiar, del mismo modo que mi amigo, toque timbre.

Después de escuchar una seguidilla de ruidos, y la llave dar una vuelta, la puerta de abrió y vi detrás de ella una mujer de pelo largo y castaño claro, que me recibía con enojo.

Me quede mudo y la miraba con cierta tristeza y melancolía. Una presión fuerte me tomo el pecho.

¿Qué haces acá, Sergio? ¿No te dije que no vinieras más, que nos dejases en paz? ¿Vos no me entendes cuándo te hablo? ¿Hablo chino yo, o a vos no te entran las cosas en la cabeza? – me dijo con un tono agresivo.

Para, Fernanda, para. Esto no es una joda – dije con tono cansado, suponiendo que se trataba de la chica que me había nombrado mi amigo.

¿Fernanda? Todavía seguís con esas boludeces vos, pero si no cambias más, pelotudo. No podes venir a esta casa así como así, sos un cara dura; y encima a hablarme de esa trolita de cuarta. ¿No te bastó con todo el daño que nos hiciste? No quiero volver a discutir el tema. Haceme el favor, andate y no vuelvas más - me dijo, cerrando la puerta.

Con mi mano me interpuse. Ella retrocedió pero reacciono espontáneamente a golpearme, pero no de forma violenta, sino como quien está herido.

Déjame verlo – le dije – déjame ver al nene. Yo ni sabía que decía, era como sí de adentro mío emergieran las palabras, un libreto ya escrito y memorizado.

Me empujo con fuerza sacándome del medio, sus lágrimas brotaban y en sus ojos se percibía un profundo dolor.

¡Hijo de puta! Dejame en paz. No vuelvas más, no te quiero volver a ver nunca más en mi vida – me gritó y cerró de un portazo la puerta blanca.

Supe que su agresión era producto del dolor, y que no era que no quisiera verme, en realidad, lo deseaba desde lo más hondo de su ser, me amaba. Pero yo, de alguna forma, le había hecho mucho daño como para que su dignidad y orgullo, le permitiesen aceptarme nuevamente.

Una honda angustia me poseía y hasta creí haber derramado una lágrima muda. ¿Qué debía hacer? En mi mente todo se había enmarañado y no concebía una maldita idea para proseguir desde ahí.

Germán, Germán – gritaba alguien desde la esquina. Es como sí esos gritos me hubiesen despertado, como sí realmente despertara esta vez, porque todo lo anterior lo sentía como un sueño.

Me volteé para no mirar más esa puerta, la puerta blanca, y comencé a observar la calle, a ver a quién le gritaba esa anciana que venía apurada, como sí alguien se le escapase.

Miraba de un extremo a otro, pero no conseguía ver a nadie, hasta notar que la señora se acercaba a mí extendiéndome el brazo y yo, con un gesto le preguntaba “¿me habla usted a mí?”.

Ay querido, hace años que no te veo ¿cómo está tu abuela? Hace mucho que no sé de ella. Con Juan siempre nos acordamos de ella – me dijo mientras respiraba agitadamente.

No supe que responder y me quede perplejo ante la situación. La señora me miraba con sus ojos grandes y brillosos, expectante.

- Ah ya entiendo, lo siento mucho. Mi más sentido pésame, corazón. Seguimos viviendo en la casa de siempre, cuando estés mejor, podes venir a hablar con nosotros. Yo no tengo problema ¿sabes? Si necesitas una oreja o un hombro, podes contar conmigo, Germancito. Saludos a tu madre, imagino que debe estar destrozada.

Baje la mirada, no podía sentirme peor. Todos saben más de mi vida que yo. Además ¿por qué? ¿Por qué todos me llaman con diferentes nombres? No lo entiendo. Definitivamente este es un mal día.

La señora me agarro fuerte la mano y se fue caminando despacio. Yo ya no tenía fuerzas para mantenerme en pie, sentía como mi cuerpo se iba derrumbando. Tenía que volver a casa, aunque no recordaba bien cómo regresar. Empecé a caminar sin rumbo, otra vez, pero esta vez, fueron durante largas horas. Las casas me parecían similares, por un momento creí caminar en círculos. Fuera a donde fuera, siempre veía esa puerta blanca y me destrozaba.

Miré el reloj y eran las seis de la tarde. Me parecía imposible que fuese tan tarde, en un tiempo ya iba a oscurecer y no tenía aún a donde volver. Y aunque tuviera a dónde volver ¿acaso tenía sentido?

Don Lucio ¿otra vez huyo de la casa? – escuché detrás de mí y me sobresalté. Al darme la vuelta vi que se trataba de un niño, de unos siete u ocho años. En ese momento mi cuerpo accionó sin pensarlo. Le di un fuerte abrazo al niño y comencé a llorar.

Don Lucio, por favor ¿no tomo la pastilla? ¿Tiene otro ataque? – me decía con total calma.

Perdón, hijo, perdón – repetía entre lágrimas. Todo el dolor acumulado empezaba a brotar de mí y no podía detenerlo.

- Don Lucio, otra vez con eso. Venga, lo acompañaré a su casa.

Entonces me sentí aliviado, calmado, sin razón aparente. No entendía nada en absoluto, pero no me importaba. El niño me tomo de la mano y caminamos en silencio unas cuantas cuadras. Nos detuvimos frente a una puerta, el niño soltó mi mano y me sonrió. Lo observé con una tristeza que me consumía lentamente. La atravesé sin mirar atrás, como si estuviera desprendiéndome de viejas ataduras.

Ahora me veo frente al monitor, escribiendo esto sin tener un motivo particular para dirigirme a quién fuere que lo leyera. La casa está vacía y escucho el silencio de una forma casi perturbante. Sólo me resta agregar, que esta es mi última oración porque me iré a dormir y sé que esta es la clase de historia que termina donde empieza.

la cobarde valiente

Yo quiero, pero tengo miedo
¿A qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo?
No sé, si sé, no quiero, no me animo
Soy cobarde, muy ilusa
Soy como el lobo que viste de cordero
Parezco valiente y decidida
Pero en realidad vivo escapando
Evadiendo la realidad
Porque vivo en mi mundo
Pienso y creo que así es mejor
Me justifico, me excuso
Criticando a todos los demás
Diciendo que la irrealidad es
Más real, que así soy fiel
A mí, mi alma y mis sentimientos
Pero soy cobarde, soy una egoísta
Egoísta, mimada y caprichosa
Solo me importa lo que siento
Y vivo para eso, para sentir
Sentirme viva y real
Me miras como si me entendieras
Como si mereciera tu puta compasión
La loca, la enferma, la débil
Aquella frágil figura que se destroza
Ante una realidad de papel
Papel, carbón y arena
Y quizás sea verdad
Pero no dejo de sentir
Que hay que ser bastante fuerte
Para aceptar y asumir
Que no se está hecho para este mundo.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Open your eyes and turn on the light.

abrí los ojos
ahí está lo que tanto
querías y deseabas
abrí los ojos
yo sé que no me crees
pero está ahí
enfrente tuyo
aunque no lo puedas ver.

no extiendas tu mano
hacia él, no
abrí los brazos
y dejá que vaya a vos
sin miedo, que te elija
a vos, como vos
lo elegiste a él.

y si eso sucede,
sonreí y llorá
de felicidad
sentí el tumulto de emociones
en tu pecho
liberate y dejate
dejate ser.

bienvenida
a la vida ~