and I say

wake up and be ~

lunes, 13 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº1; El Hombre que empequeñeció hasta desaparecer

Me desperté, asustado. Era como si a partir de ese momento, comenzara mi vida. ¿Alguna vez les ocurrió levantarse de un sueño profundo y no saber qué día es o dónde están? Algo así, pero aún peor, porque llegaba al punto de aterrorizarme.

Desconocía la cama, me parecía más grande, las sábanas de otro color. Tenía frío, cuando suponía debería tener calor, y ya estaba injuriando al tiempo por indeciso. Veía mis manos, y no las reconocía, y mis piernas me parecían demasiado largas.

Tanteé mi cara, mi pelo, mi cuello y pecho, y estaba seguro de que no era yo, aunque efectivamente lo era. Es cómo sí me hubieran cambiado de cuerpo, de casa, de cama, como si estuviera donde no correspondía; una broma pesada, de mal gusto.

No era que no me reconocía literalmente, como sí no supiese quién era, sino que sabía quién era y no me veía o sentía como tal.

Fui al baño, me pegué una ducha, me afeite, y seguía sintiéndome extraño, más que extraño, otra persona. Pero por alguna razón, tenía apuro de salir a la calle, a caminar, sin tener idea de a dónde ni con qué objetivo, pero tenía que hacerlo.

No hizo falta ni llegar a caminar tres cuadras por inercia, para cruzarme con alguien, que sabía conocía, me brotaba afecto y confianza para hablarle, pero no sabía quién era, a qué se dedicaba. Cómo cuando alguien te parece familiar, pero además de eso, sabiendo que lo conoces y tenes una íntima relación que no recordas.

Albertito, querido ¡nos levantamos temprano eh! Es raro cruzarte a estas horas – me dijo. Yo me quede entre sorprendido y alegre. Me preguntaba cómo pudo reconocerme sí yo no me veía como en realidad era.

Uh ¿qué pasa? ¿Estamos dormidos? – mientras se echaba a reír, dándome unas palmadas amigables en el hombro.

Me sonreí y trataba de recordar cómo se llamaba este hombre que sabía, era un muy buen amigo mío.

Che, escuchame, turro – me dijo mirándome a los ojos – no te olvides que mañana es la fiesta sorpresa de Nati. Vos tenes que llevarla engañada como quedamos, ¿tamos?
Sí, sí, obvio, cómo me voy a olvidar, querido – respondí con un tono de confianza para darle cierta seguridad. Entonces él empezó a reírse de sobremanera y yo me quedé impactado.

- Claro, justo vos viniéndote a hacer el que nunca te olvidas nada. Tomatelas, Gonzales, no te crees ni vos. Ojalá hubieras heredado la memoria de elefante de tu vieja.

Seguía sin entender del todo la situación, pero al nombrar a mi madre, de quién sólo se me vino el nombre a la cabeza, supuse era alguien de demasiada confianza.

Bueno, che, no te zarpes – le reproché levantando la ceja y haciendo un ademán con la mano. Después de pensarlo un momento, y considerando que la situación de esta mañana no venía avanzando en lo más mínimo, ni tenía pinta de hacerlo, supuse que lo mejor era consultarlo con este amigo.

¿Tenes un momento libre ahora? Necesito hablar algo importante con vos – le dije dirigiéndole una mirada muy seria, para que notase la urgencia del asunto.

Gonzales, es imposible, estoy llegando tarde a la oficina y ya sabes lo bravo que es mi jefe. Ahora que se entero que la noviecita le metía los cuernos, está que arde el viejo. Pero a eso de las seis, nos vemos en el barcito para tomar unas birras y charlar ¿te parece? Le aviso a Diego por sms y nos juntamos los pibes a hablar cosas de hombres – riéndose.

Con la mirada perdida, indagando en mi mente dónde quedaba el susodicho y tan habitúe bar, repetía que sí a todo lo que decía, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

Che, Gonzales, posta estás raro hoy eh – mientras me cacheteaba la cara cariñosamente – Seguro que te llamo de nuevo Fernanda con esos aires de superada histérica y te dejo maquinando. Ya te dije yo que esa mina es una loca de mierda, no le des pelota. Anda, anda, nos vemos a la seis. Me saludo con un beso, me guiño el ojo y se fue caminando.

Aún más desorientado que al principio, me quede parado en la calle, viendo como él se iba. ¿Cómo puede ser que alguien sepa más que yo de mi propia vida? Y aún más ¿Cómo es posible que no recordara yo nada de ella?

Me reincorpore después de unos minutos y seguí caminando con la misma inercia de antes, sin saber a dónde iba, pero sintiendo que inconscientemente mi cuerpo me estaba guiando a un lugar puntual, dónde suponía podría conseguir ayuda.

La gente caminaba por la calle y me saludaba amablemente. Yo respondía de igual forma. Cuando llegue a una puerta blanca, me detuve pensante. Al resultarme esta puerta, esta casa, familiar, del mismo modo que mi amigo, toque timbre.

Después de escuchar una seguidilla de ruidos, y la llave dar una vuelta, la puerta de abrió y vi detrás de ella una mujer de pelo largo y castaño claro, que me recibía con enojo.

Me quede mudo y la miraba con cierta tristeza y melancolía. Una presión fuerte me tomo el pecho.

¿Qué haces acá, Sergio? ¿No te dije que no vinieras más, que nos dejases en paz? ¿Vos no me entendes cuándo te hablo? ¿Hablo chino yo, o a vos no te entran las cosas en la cabeza? – me dijo con un tono agresivo.

Para, Fernanda, para. Esto no es una joda – dije con tono cansado, suponiendo que se trataba de la chica que me había nombrado mi amigo.

¿Fernanda? Todavía seguís con esas boludeces vos, pero si no cambias más, pelotudo. No podes venir a esta casa así como así, sos un cara dura; y encima a hablarme de esa trolita de cuarta. ¿No te bastó con todo el daño que nos hiciste? No quiero volver a discutir el tema. Haceme el favor, andate y no vuelvas más - me dijo, cerrando la puerta.

Con mi mano me interpuse. Ella retrocedió pero reacciono espontáneamente a golpearme, pero no de forma violenta, sino como quien está herido.

Déjame verlo – le dije – déjame ver al nene. Yo ni sabía que decía, era como sí de adentro mío emergieran las palabras, un libreto ya escrito y memorizado.

Me empujo con fuerza sacándome del medio, sus lágrimas brotaban y en sus ojos se percibía un profundo dolor.

¡Hijo de puta! Dejame en paz. No vuelvas más, no te quiero volver a ver nunca más en mi vida – me gritó y cerró de un portazo la puerta blanca.

Supe que su agresión era producto del dolor, y que no era que no quisiera verme, en realidad, lo deseaba desde lo más hondo de su ser, me amaba. Pero yo, de alguna forma, le había hecho mucho daño como para que su dignidad y orgullo, le permitiesen aceptarme nuevamente.

Una honda angustia me poseía y hasta creí haber derramado una lágrima muda. ¿Qué debía hacer? En mi mente todo se había enmarañado y no concebía una maldita idea para proseguir desde ahí.

Germán, Germán – gritaba alguien desde la esquina. Es como sí esos gritos me hubiesen despertado, como sí realmente despertara esta vez, porque todo lo anterior lo sentía como un sueño.

Me volteé para no mirar más esa puerta, la puerta blanca, y comencé a observar la calle, a ver a quién le gritaba esa anciana que venía apurada, como sí alguien se le escapase.

Miraba de un extremo a otro, pero no conseguía ver a nadie, hasta notar que la señora se acercaba a mí extendiéndome el brazo y yo, con un gesto le preguntaba “¿me habla usted a mí?”.

Ay querido, hace años que no te veo ¿cómo está tu abuela? Hace mucho que no sé de ella. Con Juan siempre nos acordamos de ella – me dijo mientras respiraba agitadamente.

No supe que responder y me quede perplejo ante la situación. La señora me miraba con sus ojos grandes y brillosos, expectante.

- Ah ya entiendo, lo siento mucho. Mi más sentido pésame, corazón. Seguimos viviendo en la casa de siempre, cuando estés mejor, podes venir a hablar con nosotros. Yo no tengo problema ¿sabes? Si necesitas una oreja o un hombro, podes contar conmigo, Germancito. Saludos a tu madre, imagino que debe estar destrozada.

Baje la mirada, no podía sentirme peor. Todos saben más de mi vida que yo. Además ¿por qué? ¿Por qué todos me llaman con diferentes nombres? No lo entiendo. Definitivamente este es un mal día.

La señora me agarro fuerte la mano y se fue caminando despacio. Yo ya no tenía fuerzas para mantenerme en pie, sentía como mi cuerpo se iba derrumbando. Tenía que volver a casa, aunque no recordaba bien cómo regresar. Empecé a caminar sin rumbo, otra vez, pero esta vez, fueron durante largas horas. Las casas me parecían similares, por un momento creí caminar en círculos. Fuera a donde fuera, siempre veía esa puerta blanca y me destrozaba.

Miré el reloj y eran las seis de la tarde. Me parecía imposible que fuese tan tarde, en un tiempo ya iba a oscurecer y no tenía aún a donde volver. Y aunque tuviera a dónde volver ¿acaso tenía sentido?

Don Lucio ¿otra vez huyo de la casa? – escuché detrás de mí y me sobresalté. Al darme la vuelta vi que se trataba de un niño, de unos siete u ocho años. En ese momento mi cuerpo accionó sin pensarlo. Le di un fuerte abrazo al niño y comencé a llorar.

Don Lucio, por favor ¿no tomo la pastilla? ¿Tiene otro ataque? – me decía con total calma.

Perdón, hijo, perdón – repetía entre lágrimas. Todo el dolor acumulado empezaba a brotar de mí y no podía detenerlo.

- Don Lucio, otra vez con eso. Venga, lo acompañaré a su casa.

Entonces me sentí aliviado, calmado, sin razón aparente. No entendía nada en absoluto, pero no me importaba. El niño me tomo de la mano y caminamos en silencio unas cuantas cuadras. Nos detuvimos frente a una puerta, el niño soltó mi mano y me sonrió. Lo observé con una tristeza que me consumía lentamente. La atravesé sin mirar atrás, como si estuviera desprendiéndome de viejas ataduras.

Ahora me veo frente al monitor, escribiendo esto sin tener un motivo particular para dirigirme a quién fuere que lo leyera. La casa está vacía y escucho el silencio de una forma casi perturbante. Sólo me resta agregar, que esta es mi última oración porque me iré a dormir y sé que esta es la clase de historia que termina donde empieza.

No hay comentarios.: