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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº2: El curioso caso del señor Faraday

Federico se caracterizó siempre por su curiosidad hacia lo desconocido, o en su defecto, profundización de lo ya conocido y establecido en su vida. Su madre, Emilce, le daba el espacio y aprobación para sus experimentos, para no tener que lidiar con esos típicos problemas que debe atravesar una madre que educa a su hijo. Emilce, aplicaba honradamente el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”. De esa forma, ignorando las hazañas de Federico, aunque a veces, realmente debía esforzarse bastante para hacerlo, pretendía tener una buena relación, sin conflictos, de las cual presumía con sus amigas cuando ellas se quejasen de sus problemas maternales.

Gran parte de la curiosidad de Federico fue heredada de su padre, Jerónimo, a quién lo presumen muerto desde que desapareció en una investigación en la selva amazónica. Federico no sólo cree que está vivo, sino que tiene la ferviente hipótesis, aunque él dice que es una certeza, de que se disfraza para estar cerca suyo y no vuelve a casa porque no soportaba que su esposa no lavase los platos de la cena en la noche, sino hasta la mañana siguiente.

Así es como Federico realiza un monitoreo exhaustivo todas las tardes, después del colegio, desde su ventana, al barrio, esperando encontrar a su padre. Ya hubo varias quejas de vecinos al respecto, tras sentirse observados por el joven y sus binoculares. Emilce, lo niega a toda costa, y justifica dichos reproches con la paranoia en la que vive la sociedad de hoy.

Cómo era de esperarse, la llegada de un nuevo vecino, alteró a Federico, quién dobló sus observaciones al recién llegado incluso en la noche antes de dormir. En su cuaderno, donde lleva el seguimiento de la vecindad, tenía varias páginas dedicadas exclusivamente a este extravagante hombre, al cual le costaba seguirle paso.

Hasta ahora, Federico sólo tiene el dato de que es un hombre mayor de cuarenta años, que no pasa casi tiempo en su casa, vuelve a las 23 hs. y saca a las 23:15 hs. una bolsa de basura de tamaño considerable. Por la tarde, una señora se encarga de la limpieza, de las 16:30 a las 18 hs. Federico está más que extrañado y excitado por estos hechos. Incluso, una noche intentó hurgar en la basura del individuo en observación, pero fue sorprendido por el señor Collins, el anciano chusma y cascarrabias del barrio, y tuvo que abortar la misión en pleno procedimiento.

No sólo a Federico le llamaba la atención el señor Faraday, así decían que se apellidaba las vecinas, quienes se juntaban religiosamente todos los Jueves a tomar el té su casa, con el propósito de hacer críticas destructivas pero aparentemente inocentes e intercambiar rumores. El señor Faraday era el blanco perfecto para ellas, quienes decían que habían escuchado de la señora Collins, que dijo que le dijo su marido, el señor Collins, que una noche vio al señor Faraday sacando una enorme bolsa de basura que se movía. Esto despertó el interés de todas las protectoras de animales y amigas de la ecología, que asumían que el señor Faraday asesinaba gatos y perros que traía de algún lado, o aún peor, los comía.

Federico, lejos de creer tales chismes, escuchaba atentamente desde la escalera todas las charlas, para conseguir información extra. Él estaba seguro que se trataba de su padre, pero no se atrevía a acercarse y preguntarlo directamente. Podría hablar con la mucama, pero eso levantaría demasiadas sospechas si no tenía un objetivo claro a la hora de hacerlo.

Era un Jueves, la noticia era que el señor Faraday era un veterinario loco que realizaba operaciones y cometía mala praxis, entonces para que los clientes no se enteraran de dicho horror, traía los cuerpos de los animales y los arrojaba a la basura desde su domicilio, el cual todos desconocían, puesto que se había mudado recientemente. La coartada parecía muy coherente para Emilce y para casi todas las mujeres, pero no para Federico, quién se reía alevosamente de lo absurdo de la misma. Pero sería ese Jueves, cuando después de escuchar tales blasfemias hacia su padre, que lo llevaría a la decisión de tomar el asunto por mano propia. Esa noche se acostó tarde, ideando el plan que terminaría con tanta intriga y mentiras.

Viernes por la tarde, 17:30 hs. justo después del colegio, Federico se puso a jugar a la pelota en la calle. Tenía que ser un tiempo antes de que la mucama saliera de trabajar, sino la tan esmerada táctica se denotaría como táctica para acercarse a ella, lo cual no le era conveniente. Llegadas las 18 hs. cuando Federico escucho que la puerta se estaba abriendo, pateo fuerte la pelota que venía guardando desde los seis años sabiendo que en un futuro le sería útil. Se escuchó un estruendo que alarmó a todas las personas que recorrían la calle como transeúntes, la ventana delantera de la casa estaba hecha añicos, y la mucama tenía una expresión de miedo y enfado. Federico corrió, atravesando el jardín, hasta llegar a la puerta principal. Tratando de esconder lo mejor posible su emoción, intentaba esbozar alguna mueca de tristeza o vergüenza. Emilce estaba expectante a la situación desde la ventana de la cocina, y se escondía tras la cortina para que no la vieran. No podía creer que justo, justo Federico hiciera algo así, y la haya puesto en la difícil situación de actuar como madre frente a los ojos de todos, que estaban esperando su aparición.

La mucama empezó a los gritos, diciéndole a Federico que se haría cargo de los daños y que él mismo le explicaría al señor Faraday lo que había sucedido, ya que ella no se haría responsable de los daños que no había cometido. Aunque el plan no había salido literalmente como lo esperaba, estaba más que contento con los resultados, ya que lo guiaron a una irremediable reunión con su padre. Emilce, a paso militar, fuerte y seguro, atravesó la calle con el rostro desfigurado de la rabia, claramente fingida, y tomó del brazo a Federico a quién arrastró hasta la casa, diciéndole a la mujer que se quedara tranquila, que ella se encargaría de los gastos y de que su hijo se disculpara debidamente.

Esa noche, no eran ni las 22:30 hs. y toda la vecindad se estrechaba contra los vidrios de sus ventanas, entusiasmados por el espectáculo que se aproximaba. Cuando el señor Faraday estacionó su auto, notó como miradas se le incrustaban por todos los ángulos habidos y por haber.

Antes de poder entrar a su casa, sintió como débilmente le tironeaban el traje; al darse vuelta vio al pequeño Federico, que tartamudeando la explicaba lo sucedido, desde la expedición al amazonas, los chismes del barrio y sus planes para romper su ventana. El señor Faraday echó a reír tanto que sus carcajadas hacían eco. Federico, que miraba hacia el suelo, estaba lagrimeando y pensaba en salir corriendo a su cama. Cuando un movimiento le advirtió su idea al señor Faraday, este le apoyó su mano en el hombro, y agachándose para estar a la misma altura de Federico, lo miró fijamente. Este será nuestro secreto, no se lo digas a tu madre – y le guiño el ojo.

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