and I say

wake up and be ~

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Cuenta cuentos nº3: No sé en qué momento

Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de malo. Alguien tiene que hacer de malo- así comenzó su discurso, que giro reiteradamente en lo mismo, con muchas palabras, silencios. Todo estaba implícito, sin duda fue indirecto pero no sutil. Y mientras observaba el espectáculo que encarnaba, pensaba si realmente hacía falta semejante circo para decirme que ya no quería estar conmigo; o quizás, quiero estar más con la otra que con vos, no lo sé.

Luego de un abrazo de consuelo, que en realidad no fue más que un acto de benevolencia mía para ayudarlo a eliminar la culpa que él sentía, se fue y no volví a verlo. Estas cosas pasan, bastante seguido; puedo apostar a que pasan al menos una vez al día, aunque deben ser miles. Tenía 24 años, era la primera vez que un hombre se dignaba a dejarme; solía ser yo quien cortaba la relación cuando me aburría de la misma monótona rutina. Si he de ser sincera, jamás me enamore, ni realmente quise a mis parejas. Ahora que lo pienso, sólo tuve parejas por tenerlas, por decir “mi novio blah blah blah”, porque era divertido, entretenido, porque era agradable en cierto punto, pero tarde o temprano ya no lo era.

Mes y medio desde ese episodio, ya estaba saliendo con otra persona; Juan es un vecino del barrio al que me mude hace poco. Con Juan era un poco diferente a las otras veces, no había tanta rutina ni monotonía, compartíamos muchos intereses e incluso algunas veces sentí latir fuerte mi corazón cuando estaba cerca suyo. Él no era como cualquier chico, era especial, diferente y todas esas cosas que una puede decir cuando sabe y siente que encontró a alguien que supera el común denominador corriente de la persona promedio, y se siente dichosa de ser parte de su vida, conocerlo, etc. Juan fue al primer novio al cual le dije que lo amaba sin mentir, o eso creía en ese momento.

Los años pasan, y los pensamientos se vuelven filosóficos, uno empieza a pensar si realmente quiere lo que quiere, que el tiempo se nos escapa, que ya hay que ir asentando cabeza, que necesitas alguien decente al lado tuyo, hay que asegurarse un futuro, el amor no existe, sólo existe el sexo y la conveniencia económica-social; de esos pensamientos, hay demasiados y se pueden encontrar en cualquier lado. Yo no era el tipo de persona que solía pensar en cosas como esas, pero cuando todo el mundo lo piensa, lo repite, te lo aconseja, llega un momento donde te crees la peor mentira como la verdad más verdadera. Me pregunto cuando empecé a ser influenciable, o es que realmente el tiempo, los años y el futuro me daban miedo o me generaban cierto trauma; nunca quise saber qué era.

Juan era de esas personas especiales, diferentes, de las que una se siente dichosa de ser parte de su vida; pero algo que no era, era un buen partido. Sí, Juan era una buena persona, pero su empleo como pintor le daba bastante irregularidad en su entrada de dinero y cuando comenzamos a vivir juntos, yo tenía que ocuparme de gran parte de los gastos. Es verdad, Juan a veces cocinaba y era rico, y también tenía de esos pequeños gestos que te esbozan sonrisas. Todos me dijeron que lo deje, que él era un mantenido y que yo me hacía cargo de él como si fuera mi hijo; a mí no me molestaba. Pero no sé en qué momento fue, que entre comentario y comentario, esa tal dignidad que se supone estaba perdiendo y ese orgullo que debía sentirse herido, comenzaron a hacerlo.

Siempre que mi hermano y yo jugábamos a los superhéroes me obligaba a hacer de mala. Alguien tiene que hacer de mala – le dije a Juan, comenzando mi discurso, no sabía cómo decírselo; él sabía que no tengo hermanos.

Después de una hora, Juan me dio un abrazo y se fue; nunca más volví a verlo. Ese abrazo que yo pensaba era de consuelo, fue el puñal más profundo que hubieran de clavarme alguna vez. Y no sé en qué momento fue, que empecé a escuchar a la gente; desde ese día, deje de hacerlo.

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