and I say

wake up and be ~

jueves, 30 de diciembre de 2010

diario de un alma nº8

“Es cierto que trato a mi pobre corazón como a un niño enfermo: le consiento cuanto deseo tenga. No se lo cuentes a nadie, hay gente que lo tomaría a mal”
Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang Von Goethe

Hay muchas cosas que jamás comprendí bien del amor. La más puntual es la que habla de él en medidas. Lo que yo no entiendo, es cómo se puede medir el amor. ¿Es acaso que el sentimiento sublime que palpita en mi corazón tiene una masa y cuerpo determinado? Ha de ser una especie de recipiente, mide tanto de alto, ancho, profundidad, con un volumen. Entran unos tantos centímetros cúbicos de amor allí dentro.

Supongamos entonces que tengo un medidor en mi interior, que va calculando el amor que siento por una persona, por el mundo, por el arte, por cada cosa que me produce dicho sentimiento. Y medimos, y me mido. Ir despacio, ir rápido, hacer las cosas bien, sin apurarse, a un buen ritmo, como una maratón; el que va tranquilo llega sin problemas a la meta.

Todo esto parece tener una cierta lógica que me parece muy lógica pero que me parece naturalmente incoherente. A mí me es imposible medir mi amor o medirme a mí misma en su entrega. Supongo que quizás mi medidor vino fallado, mal de fábrica. Yo no sé cuánto mide mi amor, y quizás por eso me parece que no tiene medida, ni peso, ni alto, ni ancho, ni forma, ni volumen.

¿Por qué tengo que medirme en un sentimiento que no tiene medida? Y la pregunta que más me viene a la cabeza ¿Cómo puedo medirlo si yo no le encuentro ni el alto, ni el ancho, forma, peso, volumen, medida, profundidad?

Una vez leí en uno de mis libros favoritos, que los sentimientos y emociones es todo lo que tenemos y por eso mismo tenemos que atesorarlos y aceptarlos. Bueno, quizás por eso se lo calcula, se lo va midiendo. No sea cosa que se entregue amor de más y se quede uno sin reserva, para después. Cómo si el amor viniera calculado desde que nacemos, tenemos tanto amor para dar en este mundo, y hay que racionalizarlo para que alcance hasta el día de nuestra muerte.

Nunca fui la clase de persona que se cree omnipresente, realmente inteligente, que la tiene re clara y mucho menos, que siempre tiene la razón. Siempre que expongo lo que pienso o siento, sé que puedo estar “equivocada”. Pero en todo caso ¿qué es estar equivocada? ¿hay acaso forma de hacer lo correcto o incorrecto en casos como estos?

Hay ciertos conceptos que son un martirio para la raza humana. Siempre estar pensando en el deber, en que está bien o mal, qué es correcto o incorrecto, siempre midiéndonos, siempre poniéndonos en una balanza para saber de qué extremo estamos más cerca.

Es difícil definir a una persona y es difícil ponerla en una balanza; por eso mismo es tan difícil juzgar a una persona, pero todos lo hacemos. Cómo si uno conociera realmente todo lo que es ese ser humano para poder emitir un juicio hacia él, como si fuésemos objetivos, como si pudiéramos decir “esto es así”, “esto es asá”, “así son las cosas”; pero qué egoístas y egocéntricos se puede puede llegar a ser.

Es fácil abrir la boca para hablar de lo que se desconoce, es fácil juzgar lo que se desconoce, es fácil hablar del amor por bocas ajenas, y repetir y repetir. Repetir una y otra vez lo que otros han dicho, lo que está aceptado, pre-establecido, es fácil seguir la corriente de una sociedad y humanidad que siguió adelante presionada supuestamente por el tiempo, sin detenerse quizás a preguntarse “¿qué estamos haciendo?”. El juicio de un grupo de personas se repite constantemente, hasta que alguien lo contradice, se producen peleas, violencia, desacuerdos, y así es como habitualmente nacieron las guerras.

No sé en qué momento se determinó que las cosas son de una única y determinada manera. O somos capitalistas o somos comunistas, o somos utópicos o somos realistas. O en qué momento surgió el odio y el rencor, el por qué, la razón, por la que no se puede convivir con diferentes ideas. Porque si no pensas como la mayoría, sos raro o revolucionario. Las pelotas, pensar y sentir por uno mismo no te hace más que quién sos, lo que adjunten los demás sobre vos depende de su percepción sobre vos, de su juicio, de su balanza. Y a mí esa balanza me importa tan poco.

Yo siempre confié y me guié por lo que siento; no sé si tiene medida, ni me interesa, aunque si he de definir el amor, lo defino como un sentimiento sublime que es inconmensurable. Muchas veces choque y he de chocar con las paredes de una sociedad, de una humanidad, de personas que han de decirme que estoy mal, que no es así, que no se puede, que soy una idealista, rara, loca, una persona que busca llamar la atención a través de la contraposición a la idea general, etc, etc, etc, etc. A veces me pregunto ¿no se cansan de gastar su tiempo conmigo?

Y si comienzo con la tan maravillosa frase de Goethe, fue porque cuando la leí, la sentí tan dentro mío, y me llegó tanto. “Hay gente que lo tomaría a mal” es increíble que después de 237 años, estas cosas sigan pasando. Y no sé si es tan increíble, sino triste.

No hay comentarios.: